Por Alfredo Grande
Para Claudia Vecchiato en el nombre de la Unter.
(APe).- De las PASO al balotaje, hemos pasado del nivel convencional encubridor al nivel fundante. En las PASO, candidatos que ganaron cómodos, terminaron en el incómodo lugar de los perdedores. Las PASO organizaron un espacio virtual donde todo parecía posible, por la simple razón de confundir querer con poder. Poder es querer, pero querer no es poder.
En las elecciones generales, la virtualidad no desaparece. Supuestos aliados terminan siendo traidores contumaces. La boca de urna apenas fue respiración boca a boca que no impidió la asfixia total. Las sorpresas y media y algo más se desplegaron en el nivel convencional descubridor. ¿Descubridor de qué? De lo fundante que nos constituye como un contrariado ser nacional. Un ser nacional que está trasnacional. Algunos llaman a eso turismo. La denominada industria limpia en realidad encubre la constante suciedad de la inequidad social. El transporte público y privado no está exento de la lucha de clases y no es necesario pasar la muralla pavimentada de la Gral. Paz para comprobarlo.
Dentro de la orgullosa ciudad del puerto, el parque automotor enuncia aunque no denuncia, que de acuerdo a los barrios recorridos, hay ómnibus de alta gama y otros que parecen sacados de un museo rodante. Para la cultura represora, acercarse a lo fundante es el extremo límite de lo que puede tolerar. Por eso abomina del 2001, que es la última experiencia colectiva donde lo fundante se asomó a la superficie. La tan mentada y adorada gobernabilidad y su prima berreta la gestión, son los últimos diques para impedir que sufragio más, balotaje menos, la democracia colapse y muestre su verdadero rostro de nepotismo de estado.
Discutamos si hay un capitalismo de amigos. Pero si lo hubiera es necesario que haya una democracia de amigos. Pero amigos, en el petit Larousse ilustrado de la cultura represora, es el cómplice. No hay gobernabilidad sin complicidad. La continuidad de los actos jurídicos del Estado es la forma en que se presenta la complicidad mencionada. De la misma forma que el nuevo gobierno toma la herencia recibida sin beneficio de inventario, tampoco permitirá que auditen su legado. Luego vendrán para la tribuna declaraciones altisonantes sobre la herencia recibida, que no será peor que la herencia que dejarán. Todos los antifaces, disfraces, máscaras, que adornan simulacros y grotescos, caen más allá de la gravedad. Serán tributarias de la ley de la banalidad.
Un encubrimiento de esta banalidad es que el voto sea obligatorio. O sea, por mandato de votar. Los fraudes actuales ni siquiera pretenden ser patrióticos. Los fraudes electorales han dado paso a los fraudes culturales y políticos. Recordemos que fraude significa frustración y engaño. Y los fraudes no son al contar los votos, sino en el momento de construir la opinión de las votantes. Sin embargo, algo peor está por venir. El fraude de todos los fraudes. El Gran Balotaje Nacional. La finalísima de la democracia del catch. En el boxeo, con la excepción de esos “tongos” memorables, los boxeadores se pegan en serio. En el catch no.
Los candidatos pasean libremente por todo el ring, cambian de equipo una y varias veces, pueden estar en diferentes partidos y pensar lo mismo, pueden estar en el mismo partido y pensar diferente, incluso pueden no pensar que a nadie le importa demasiado. El que piensa pierde. Por eso el coqueteo en los debates rigurosamente vigilados. Debates cuidados. ¿Cuidados de qué? De actos fallidos, de gestos incontrolables, de miradas comprometedoras. Los debates blindados son la solución final. Y el problema inicial siempre es el mismo: transformar el sometimiento y la complicidad en lealtad. No creo que todo sea lo mismo. Si pienso que lo importante es discutir en donde está la diferencia. Que siempre será convencional y encubridora, pero que de nuestra capacidad de análisis depende que la podamos clonar en nivel fundante. Llegar a ese nivel será sorpresa para muchos, pero no para todos.
La democracia burguesa tiene en su fundante el lodo en el que todos estamos manoseados. Pero, y lamento discrepar contigo, querido Enrique, no es lo mismo el que labura que el que vive los otros. Y sé que para vos tampoco. Nos debemos construir nuevos fundantes, que den cuenta de mujeres nuevas y hombres nuevos. Y géneros nuevos a los que siempre una el amor y nunca más el espanto. Un camino difícil, como el título de una obra de teatro de Juan Carlos Ferrari, seudónimo de mi padre. Muy difícil pero no imposible. Y además, cada vez más necesario.
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