Por Alberto Pinzón Sánchez
Qué satisfacción produce presenciar una fructífera y positiva discusión en el Campo Democrático y Popular (CDP) y dentro de las fuerzas que se proclaman marxistas revolucionarias, sobre el futuro de la sociedad colombiana, una vez se firmen los acuerdos entre el Estado y la Insurgencia de las FARC - EP en la Habana para finalizar el histórico conflicto social y armado colombiano.
Finalmente se ha aceptado que estamos en un momento de quiebre, de ruptura, de transición hacia algo posiblemente nuevo y diferente en la formación social colombiana, y que el adversario de clase del pueblo trabajador colombiano no es otro que un macizo y blindado Bloque de Poder Contrainsurgente (BPCi) que gira sobre el eje de acero de la financiación y participación directa del gobierno de los EE. UU.
Venturosamente se ha superado y enriquecido en la praxis el planteo básico de Marx y Engels de Burguesía y Proletariado.
Con esto podemos avanzar unas otras consideraciones:
1 - La especie Homo Sapiens, desde siempre ha sentido, ante una situación nueva, angustia física con su correlato psíquico la ansiedad. Es un sentimiento persistente y actual que ya tiene algo más de dos millones de años de evolución y probablemente perdure acompañando a la humanidad por donde vaya durante mucho tiempo más. Y los colombianos que no somos ninguna excepción en la especie, ante la novedad que se prefigura con los cambios generales inducidos por los acuerdos de La Habana mentados, también lo hemos manifestado especialmente de dos maneras; unos (la mayoría), a favor de los cambios que se plasmarán en los acuerdos mentados y otros, una minoría ruidosa y conocida en contra de lo nuevo por venir, haciéndose fuertes en el piso seguro e inmodificable de lo invariable y permanente del status quo y blindados con el escudo engañoso de sus leyes, como Uribe Vélez y el sacristán parroquial Ordoñez y alguno que otro oráculo liberal del portal Razón Publica, armados con la rabulería escolástica de sus leyes locales absolutas e inmodificables, no han entendido que el proceso de globalización del capitalismo (en este momento de la civilización universal dirigido por el neoliberalismo) no solo abarca la economía (transnacionalización), la ideología (consumismo compulsivo), la religión (predominio occidental cristiano), la moral (humanitarismo), y la cultura (universalización del american way of life) de los pueblos, sino que también incluye la globalización de la Justicia con la Corte Penal Internacional, de la cual pocos países se podrán sustraer; menos aún, Colombia con un largo conflicto social y armado que se ha trasnacionalizado y que afortunadamente ha encontrado el mecanismo que ha satisfecho a todos en el pacto reciente sobre la Justicia Transicional acordado en La Habana.
2 - Todo este tiempo de conflicto social y armado ha sido también una lucha dialéctica real entre lo nuevo, que trae su obligatoria solución y lo viejo, que se resiste a desaparecer y que, con su oposición retrógrada, ha frustrado los diversos intentos para llegar a acuerdos entre el Estado colombiano (Bloque de Poder que lo domina y dirige) y las insurgencias guerrilleras, las que incluso hoy resisten el uso terrorista del monopolio “legitimo” de las armas con las que se les pretende dominar de manera inútil, terca e insistente desde hace más de 70 años. Hecho éste que conduce a un segundo elemento: la dimensión de lo legal y lo legítimo de dicha acción estatal para imponer su legalidad y su legitimidad en cuestión que no ha podido concluir con éxito.
3 - Esta consideración nos lleva a formular la pregunta sencilla: ¿Por qué el Bloque de Poder Contrainsurgente (BPCI) no ha podido imponer su legitimidad y su legalidad por medio de lo que llama “el monopolio legítimo de las armas” que tanto invoca?
La respuesta también es sencilla: Porque el campo democrático y popular (dentro del cual se destaca por su combatividad y resistencia el campesinado pobre y los trabajadores del campo, objetivos principales de la acción exterminadora de la espada del Estado) han opuesto desde el inicio del exterminio, hace 70 años, una táctica y una estrategia política condensadas en la formulación de combinar y utilizar todas las acciones de masas, en su larga lucha de resistencia para derrotar aquel exterminio trasnacional programado; táctica y estrategia sencilla que ha superado con éxito todas las pruebas de la realidad que se le han hecho.
Tres han sido las formas fundamentales que ha utilizado y combinado en su praxis el pueblo trabajador: Una, la resistencia armada para detener y derrotar la agresión armada; dos, la movilización social y tres, la lucha electoral.
Ninguna de las dos primeras formas de acción de masas, considerando los avances y retrocesos de 70 años de conflicto social y armado que toda realidad conflictiva tiene, nunca ha sido derrotada por el BPCi. Ni la movilización democrática y popular, ni la resistencia armada. En cambio, la lucha electoral ha sido desde las primeras elecciones del Frente Nacional y hasta ahora, una fuente persistente y regular de derrotas sucesivas, desmoralizadoras y paralizadoras.
No es el momento para analizar el escenario electoral tan difícil, fraudulento, apabullante, aterrorizador y sangriento, en el cual desde los albores del Frente Nacional hasta hoy día, el campo democrático y popular ha desarrollado esta acción de masas en Colombia. Tampoco, aunque lo deseáramos, es posible detenernos en precisar las confusiones, desorientaciones e incomprensiones que su NO utilización como “una tribuna para desenmascarar al régimen” (como originariamente se planteó) ha generado, dentro de él, desviaciones que han ido desde la negación extremista e intransigente de su uso de los abstencionistas, hasta el contrario proclive de su absolutización como forma de lucha de masas dominante en detrimento o, mejor, en reemplazo de las otras dos, y hasta una “utópica y fantasiosa” versión que, desconociendo la realidad sanguinaria del Estado colombiano y su Bloque de Poder, la ha propuesto seriamente como vía para la toma del poder por el proletariado colombiano.
Quisiéramos, aunque tampoco podemos detenernos en el análisis detallado de los personajes y mascarones, quienes han orientado tales acciones y sus complicadas y calladas alianzas electorales. Esta historia, escrita de manera autocritica y verdadera hecha desde el campo democrático y popular, constituye un gran vacío en Colombia y falta necesariamente, no solo para orientarnos en el momento actual, sino como una contribución a la Verdad diferente a la oficial, que empieza a emerger definitivamente en el país.
4 - Ahora bien, la agenda ideológica y política de dividir entre izquierda y derecha el escenario donde se desarrolla la actividad política electoral en Colombia, impuesta desde sus inicios por el Bloque de Poder Contrainsurgente (BPCi) al campo democrático y popular, ha sido una trampa mortal que hasta ahora se ha aceptado de manera devota y acrítica pues el truco perverso que lleva dentro, cual es el concepto de centro, utilizado siempre con ventaja por los dominadores y masacradores, nunca se ha desenmascarado.
Así tenemos que, mientras el amplísimo y diverso “arco iris” ideológico y político de la llamada izquierda se mete toda en un saco o costal, bajo el nombre inquietante de “la izquierda legal”; por el contrario, la derecha sí ha podido presentar bien maquillados sus diversos matices y mascarones de proa con combinaciones favorables como centro - derecha (JM Santos), derecha extrema (Uribe Vélez - Ordoñez), derecha moderada (Vargas Lleras - Peñalosa), centro socialdemócrata (Partido Liberal de Serpa) y hasta un centro izquierda donde se han refugiado los cooptados Garzones, etc., con sus estafas políticas.
¿Acaso en algún momento del debate electoral que acaba de pasar; desde la llamada izquierda se desenmascaró o se explicó, por qué Uribe Vélez nominó su “combo mafio - paraco” como centro democrático y en cambio, en concesión a una supuesta unidad electorera pegada con alas de cucaracha y, por el llamado voto útil, se aceptó sin chistar un salpicón (tutti - frutti) desorientador de izquierda, que incluía a los Verdes, a los Progresistas, a los Peristas, a los Socialdemócratas puros, a Liberales de izquierda, a Conservadores de izquierda (para solo mentar algunos pocos) reconocidos personajes que no tienen nada que ver con el campo popular?
No es solo el corrompido sistema electoral colombiano. No es solo el terror físico de la democracia genocida de Colombia contra el pueblo trabajador. No es solo el apabullante Oligopolio Mediático Contrainsurgente con su repugnante guerra sucia psicológica y sus vomitivos periodistas. No son solo los delitos electorales (de todo tipo) que se vieron usados en favor de los “gánsteres” ganadores de las elecciones. No son solamente las personalidades maquilladas y presentadas para la votación.
Es también la legalización y la aceptación devota y acrítica que se ha hecho desde la llamada izquierda legal a esta división mediática artificial y derrotista. Es también el abandono en los hechos, no en los comunicados, de la movilización social y popular.
Es la ausencia de lucha ideológica para desenmascarar a quienes metieron, dentro del campo democrático y popular, una maleta de contrabando con sus baratijas liberales desorientadoras sobre la burguesía revolucionaria (que posiblemente lo fue en el Renacimiento europeo) con un rótulo grande de izquierda pegado con babas y que ahora, con el gran triunfo electoral de 500 mil votos obtenidos, tratan de presentarse como el partido independiente del gobierno y de las FARC, con la grande y novedosa contribución de reclamar como lo hicieron en los años ' 70 con el movimiento universitario, un Pacto Nacional para el cogobierno con el fin de finalizar el conflicto armado colombiano, cuya solución política se está buscando difícilmente en La Habana, contra las maniobras y bandazos de JM Santos.
Entonces: ¿De qué nos quejamos Sancho?
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