Aunque la educación en Cuba sigue siendo gratuita,
el gobierno incurre en millonarios gastos para mantener sus servicios.
Foto: Cubasí
Por Giusette León García
¿Alguna vez se ha preguntado cuánto cuesta cada uno de los materiales escolares que reciben sus hijos? Mi pequeña de seis años ha puesto a toda la familia a pensar en ese tema…
El primer grado de mi hija me lleva de la mano y corriendo. Pero no porque tenga problemas con los trazos, las letras o los números, la docencia afortunadamente la trata muy bien y tiene una maestra que disfruta lo que hace, algo que vale miles para enseñar a leer y escribir. El tema son los medios que le han entregado y que extravía diariamente: “mamá, se me perdieron las crayolas, mamá el componedor de matemática, mamá no encuentro el libro de colorear…”
Amanda Sofía es una “puntualita” de manual: todo tiene que estar perfecto y en tiempo y sin errores, con un sentido de la responsabilidad probablemente excesivo a los seis años y… bueno… sus padres no “cooperan”: en lugar de decirle que no coja lucha se ponen a hacer cuentas de cuánto les costarían todos los materiales que ella ha recibido si tuvieran que comprarlos en la tienda.
Tres libretas, una goma, una caja de crayolas y otra de lápices de colores, acuarelas, temperas, libro de dibujar, cuaderno con papel para manualidades, plastilina varios lápices de escribir… hasta ahí, sin contar los textos curriculares, he sumado aproximadamente veinte cuc si compro barato.
Luego habría que agregar el libro de Lectura, Matemática, El mundo en que vivimos y los cuadernos de actividades ¿se han fijado en los precios de textos de ciencias o didácticos en las librerías cubanas? No me atrevo ni a hacer un cálculo pues, a precio de feria, nunca he conseguido este tipo de materiales por menos de veinte pesos en moneda nacional y los cuentos de Disney más baratos se venden aproximadamente en 2 CUC.
Sin embargo, todo esto parece menudo junto a los precios de las mesas y sillas que, mil veces arregladas, con tornillos de menos, completaban los veinte y tantos puestos necesarios para que los alumnos de primer grado comenzaran el curso, el televisor para las teleclases y, sé que este punto será polémico, pero también el almuerzo que reciben cada día y que no “se ha puesto malo”, fue malo siempre y en mi época nadie cargaba con el “plato fuerte”, nos comíamos el arroz con chícharo y huevo, picadillo, croqueta o lo que fuera y reforzábamos en casa por las tardes. Pero ese menú, simple y mal condimentado, también es totalmente gratis y la mayoría de los padres se auxilian del seminternado para poder trabajar.
Para no dejar el tema en la mera especulación, comparto algunas cifras publicada en un material del Ministerio de Educación: los televisores más pequeños, los de 21 pulgadas, cuestan 260 CUC, en el grupo de mi hija son 24 estudiantes, o sea que la ponina tendría que ser de más de 10 cuc si pretendiéramos comprarlo. Las sillas “talla chica” tienen un costo de 6 CUC, la mitad de un pupitre también pequeño.
La famosa comida, según el folleto del Ministerio de Educación, también suma, pues una tonelada de arroz, a precio de mercado mundial representa 347 CUC y la de granos 456 en la propia moneda, la misma cantidad de pastas alimenticias tienen un valor de 513 y de aceite 646 CUC, mientras que el picadillo de pescado cuesta 2.400 la tonelada y la de salchichas 1.027.
Hojeando el folleto, voy saltando los detalles de las escuelas internas y especializadas en arte y deporte, para no salirme del contexto inicial, pero no puedo obviar el laboratorio de computación que yo disfruté con todo y Windows en la Universidad y mi hija ya conoce desde preescolar, los uniformes con precios simbólicos que nos salvan el bolsillo de tener que garantizar ropa para cada día de la semana y también nos protegen de las diferencias que innegablemente se han instalado en la sociedad cubana actual.
En su santa inocencia mi chiquilla nos ha dejado pensando, nuestra linda “puntualita” quizás no supiera en profundidad el por qué de las cosas, pero sabe agradecer y valorar, ojalá los adultos conserváramos ese instinto que es el antídoto de la indolencia.
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