Por Manuel E. Yepe
Foto: Virgilio Ponce
Hace dos años que las autoridades rusas discuten planes para privatizar un grupo de empresas nacionales encabezado por la petrolera Rosneft, el Banco VTB, Aeroflot y los ferrocarriles rusos. El objetivo es optimizar la administración de estas empresas e inducir a otros oligarcas a repatriar sus capitales formados en las dos últimas décadas e invertirlos en la economía de Rusia, por considerar que la transferencia de tecnología y de técnicas de gestión occidentales beneficiará a la economía rusa.
“Pero las perspectivas económicas rusas se deterioraron cuando Estados Unidos presionó a los gobiernos occidentales a imponer sanciones económicas contra Rusia y disminuyeron los precios del petróleo. Esto ha hecho a la economía rusa menos atractiva para los inversionistas extranjeros y por ello la venta de estas empresas tendrá que hacerse a precios más bajos que los que probablemente habrían tenido en el 2014”.
Lo anterior es el criterio de Paul Craig Roberts, economista y periodista estadounidense autoexiliado en Europa, compartiendo autoría con el también economista y escritor Michael Hudson, en un artículo publicado de 8 de febrero en la revista digital Counterpunch. En Estados Unidos Craig se ha desempeñado como Secretario Asistente del Tesoro y ha sido editor asociado del Wall Street Journal.
El artículo explica que la combinación de un creciente déficit del presupuesto nacional y unido al de la balanza de pagos ha dado a los rusos que defienden la privatización un argumento a favor de su tesis neoliberal de que Rusia simplemente no puede monetizar su déficit para sobrevivir sino mediante la venta de sus principales activos. Hemos advertido a Rusia -afirman los autores del artículo- contra la aceptación de este peligroso argumento neoliberal porque la privatización, lejos de ayudar a reindustrializar la economía de Rusia, agravaría los problemas de una economía rentista de la que se extraen beneficios en beneficio de propietarios extranjeros. Según ellos, el Presidente Putin establecerá un número de condiciones para evitar que las nuevas privatizaciones sean tan desastrosas como las similares de la era Yeltsin. Esta vez los activos no se venderían a precios de liquidación, sino que tenderán a reflejar su valor real. Las empresas vendidas permanecerán bajo jurisdicción rusa y no podrán ser operadas por dueños de entidades “offshore” (empresas virtuales situadas en paraísos fiscales).
Los inversionistas extranjeros serán invitados a participar, pero las empresas quedarán sujetas a las leyes rusas, incluyendo a las restricciones que les obliga a mantener su capital en Rusia. Además, al ser privatizadas las empresas, éstas no podrían ser compradas con créditos del Banco de Estado ruso. El objetivo es sacar de los adquirentes “dinero contante y sonante”.
Según Craig y Hudson, más allá de estos resguardos decididos por el Presidente Putin, hay otras serias razones para no continuar con las privatizaciones anunciadas, que se unen a la circunstancia de que tales ventas se harán en condiciones de recesión económica derivadas de las sanciones económicas occidentales y la caída de los precios del petróleo.
El argumento citado por las autoridades rusas para vender estas empresas ahora es la necesidad de financiar el déficit presupuestario nacional, excusa que, según Craig y Hudson, demuestra que Rusia aún no se ha recuperado del desastroso mito occidental atlantista de que la gran nación euroasiática está obligada a depender de los bancos extranjeros y de los tenedores de los bonos para crear dinero, como si el banco central ruso no pudiera actuar de esa manera para monetizar el déficit.
La monetización de la deuda y de los déficits presupuestarios son prácticas comunes en Occidente. Es esto lo que han estado haciendo en toda la era posterior a la II Guerra Mundial el gobierno de Estados Unidos y los bancos centrales occidentales. Los gobiernos pueden ayudar a reactivar la economía imprimiendo dinero en vez de endeudar el país con acreedores privados que drenan el sector público de fondos a través de los pagos de intereses a éstos.
Esta errónea creencia está llevando el gobierno ruso por el mismo sendero que ha llevado a la zona del euro a un callejón sin salida en la economía. Mediante la privatización del crédito, Europa ha transferido a la banca la facultad de planificar la economía que corresponde a gobiernos elegidos democráticamente.
En opinión de Raul Craig Roberts y Michael Hudson, usar la privatización para cubrir un problema de presupuesto a corto plazo crea un problema mayor a largo plazo. “Los neoliberales promueven estas prácticas no para ayudar a Rusia, sino a ponerla de rodillas”.
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