Por Claudia Rafael
(APe).- Los brazos entrelazados como hierros inseparables ya no volvieron a marchar. El poder reconcentrado del mundo caminó las calles de París. Esa sola vez se elevó desde los Campos Eliseos hacia las pantallas del mundo entero en la falsa letanía: je sui Charlie Hebdo. El ombligo del mundo se sacudió hasta la desnudez mientras duraron los chasquidos de un par de dedos. Se expusieron, en una puesta de escena milimétricamente armada, con la certeza de ser, ellos mismos, almas inmortales a las que nadie ni nada podrá rozar. Siempre son los otros. Los manejadores de hilos de poder no sienten el peligro. Simplemente lo generan. Lo engendran. Lo van pariendo con su propio reguero de metrallas. No hubo hollandes ni merkeles marchando por Eduardo de Jesús. Era un nadie, un hijo de nadie, un brote de María que vio crucificar a su muchachito de 10 años con las balas de la policía. A la que le espetó en la cara, en el pecho “puede matarme, porque ya ha acabado con mi vida”. No hay abrazo como hierros inseparables por ese pequeño Jesús latinoamericano, nacido y acribillado en la favela que sale cada mañana a limpiar las suciedades diarias de la burguesía brasileña. Je ne suis pas Jesús piensan ellos, que no marchan ni marcharán por estos jesuses nuestros que salieron luego a la calle a gritar “queremos vivir”. Nazaret está tan lejos de Río aunque germinen allí cientos de jesuses que miran al mundo con los ojos de la zozobra y el desamparo.
Tampoco hubo hollandes ni merkeles de brazos de acero al grito de je sui 43 o de je sui 148. Menos aún de je suis le immigré africain que murió ahogado en las aguas del Mediterráneo, tan cerca de la meca capitalista, tan al alcance de la mano y a la vez tan inasible. Como cientos de inmigrantes que caen a diario de las pateras endebles con que intentan cruzar el charco que divide.
Eduardo de Jesús Ferreira, con sus 10 años, murió estragado por la bala policial en la favela Alemao de Río de Janeiro. Allí donde subsiste un Estado dentro del Estado. Doce años atrás, esta agencia escribía que “tiene sus propias leyes, sus códigos, sus autoridades. Produce, vende y exporta cocaína, marihuana y heroína, propia y de terceros. Tiene sus responsables del orden interno, como cualquier Estado, y también sus ‘cancilleres’ y ‘embajadores’. El Estado más grande, con capital en Brasilia, ése que la dejó crecer deformada, monstruosa, terrible, ése que vio la ventaja de dejar crecer sola a La Rocinha, hoy se asusta de su tamaño y su poder. Quisiera entonces, en un rapto de furia, utilizar a sus fuerzas armadas para irrumpir en las ‘zonas liberadas’, pero se tropieza con la policía, que obedece no al Gobernador ni al Presidente, sino ‘a quien le paga el sueldo’…” (El espejo de La Rocinha, marzo de 2003).
Por esos plomos cargados de furia estatal el pequeño se derrumbó para siempre. Fue bandera de los que “queremos vivir” cuando ésa era también su gran meta. Simplemente sentarse, como había hecho esa vez en la puerta de su casa, anclada en el Complexo do Alemao, ocupado desde hace cinco años como parte del operativo limpieza de cara a las pantallas del mundo que debían vivir con alegría el mundial de fútbol 2014 y las Olimpíadas de Río 2016.
Los jesuses, los 43 estudiantes de Ayotzinapa, los 148 jóvenes muertos en una universidad de Kenia, los africanos muertos en el Mediterráneo son la contracara del mundo. Esa que los brazos acerados que caminaron por los Campos Eliseos hunden impertérritos como parte de los efectos colaterales necesarios para plantar su propia bandera de poder. La pregunta -parafraseando a la que se hacen a diario los padres de los 43 jóvenes estudiantes desaparecidos en México- sería: ¿Qué cosecha un poder que siembra cadáveres?
Tan lejos, tan férreos, tan protegidos por rejas indelebles que elevan con sus hilos marioneteros, transitan por sus propios Campos Eliseos simulando fariseos vientos de libertad: je sui Charlie Hebdo.
Más allá de los ojos de ese mundo que se concentró, extraviado, en los brazos entrelazados del odio del capitalismo, subyace otro universo. Descascarado. Frágil. Despojado una y mil veces. Que no marcha al grito de je sui porque como los cientos de miles de jesuses hambrientos y dolidos persiste en ellos la primera persona del plural: queremos vivir.
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