Por Nevalis Quintana
Yo soy un hombre bloqueado. Y todo porque tuve el desatino de nacer en un país llamado Cuba, en una Revolución que cambió, no sólo el destino de sus habitantes, sino la geopolítica de la región. Yo soy un hombre bloqueado y, sinceramente, no tengo la menor idea de cómo será la vida un día después del bloqueo. Tan acostumbrado estoy a esa condición que anda conmigo las 24 horas.
Hay momentos a lo largo del día en que lo siento más que otros. La hora de las colas, la comida, el apagón; o las de tomar ese engendro de zoológico ambulante que se llama “camello”. Si alguien se pone enfermo (…) con mucha más fuerza.
Un amigo colombiano, en medio de una apasionada discusión que sostuvimos en su casa, viendo el desfile de balsas hacia el Norte desde las costas habaneras, en 1994, me refutaba que los errores del Gobierno cubano eran de índole económica, “porque reparte de forma equitativa entre la población los ingresos del Estado”.
Mi amigo era partidario de que Cuba bajara las banderas y se entregara a los amos del mundo. “La dignidad no se come”, sentenciaba con el mayor de los pesimismos.
Pero sucede que la dignidad anda pegada a la piel de este pueblo no como una crema bronceadora, sino como el sudor que producen los solazos de un verano interminable. La dignidad forma parte intrínseca de la identidad de nuestra nación.
¿Qué sucederá un día después del bloqueo? Los cubanos ultrarreaccionarios de Miami, parapetados desde sus mesas bien servidas, destinan sus esfuerzos congresionales para reforzar el bloqueo y asfixiar a la Isla. No piensan, no pueden pensar que sus leyes van directamente hacia los niños, los ancianos y los enfermos. Mucho menos están capacitados para pensar en términos de nacionalidad, identidad o cultura.
Cuando sea 31 de diciembre y la Tierra se corone por una ola de fuegos artificiales, los cubanos celebraremos el cumpleaños de una Revolución que, al decir del poeta Cintio Vitier, “llegó con el día glorioso, con el primero de enero en que un rayo de justicia cayó sobre todos para desnudarnos, para poner a cada uno en su exacto sitio moral…”
Entonces festejaré un año más de dignidad o de orgullo de pertenecer a una nación acrisolada en el rigor de la resistencia. (…) Cuando algún presidente sensato de Estados Unidos se digne a firmar el fin del bloqueo de su país al mío y derogar el bloqueo, habrá terminado para mí el milenio. ¿Seré acaso un anciano?
Mis padres, revolucionarios, me estarán mirando desde algún lugar del recuerdo. Yo les guiñaré un ojo de complicidad, porque solo habrá empezado para ellos, para mí y para Cuba un nuevo amanecer, como diría Cintio Vitier, “abrazado a un inmenso acontecimiento”.
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