Por Ilka Oliva Corado
En mi país hermoso (pero no por su sociedad) sucede de todo. El horror, el espanto, lo increíble y lo inadmisible son parte del día a día. Un país en decadencia. Un país que se hunde cada día más. Una sociedad que no intenta salir de la mediocridad. Un estudiantado universitario que, como único objetivo, tiene velar por su propio beneficio desligándose de lo colectivo. Masas amorfas que fingen consecuencia política y terminan hincadas ofrendando el voto a un lacayo, ensayando sus oraciones para el tiempo de Semana Santa.
A consecuencia de la indiferencia, del fanatismo religioso y del chauvinismo. De la ignorancia, del desgano y de la comodidad que mientras yo esté bien qué se pudran los demás. Guatemala está a la deriva gracias a la pereza de no hacer uso del criterio propio, del raciocinio, de no salir para que nos dé el sol. De buscar siempre la sombra y la mejor butaca. De que nos den la comida en la boca. De hacernos los desentendidos y de ser partícipes de la corrupción en pequeña y gran escala. En forma activa o solapándola con nuestro silencio.
Gracias a nuestra dejadez, existen esas parvadas de congresistas que hacen con las leyes un rollo de papel higiénico. Esos diputados que, como reflejo de un sistema patriarcal, racista y misógino, excluyen de las reformas electorales a mujeres y a indígenas. Que hacen de nuestros derechos la mejor mofa, digna de la mediocre Huelga de Dolores de la Universidad de San Carlos. De ese estudiantado que es bueno para los bautizos de inicio de año pero incapaz de hacer del pensamiento analítico un arma contundente, que sacuda de la modorra a quienes osan vanagloriarse con su Alma Mater.
¿En dónde está la consecuencia política del estudiante sancarlista? ¿En dónde está el arco reflejo que es el encargado de convertir el pensamiento en acción? ¿Qué incidencia tiene dentro de la sociedad? ¿Cuándo el estudiante sancarlista con arrestos se va a quitar la capucha y a dar la cara y va a levantar la voz por los mancillados del sistema? ¿En dónde está la acción de aquellos carteles que cargaban orgullosos los estudiantes de universidades privadas en los días de manifestaciones contra la corrupción? Pomposos gritaban frente a las cámaras de televisión que se habían metido con la generación equivocada. Otros se saltaron las trancas y gritaban que eran la generación del cambio. ¿En dónde está el cambio, por lo menos los indicios?
En un país tan pequeño como Guatemala se viven los más grandes infiernos: bombazos a autobuses, cuerpos desmembrados lanzados a la calle en bolsas pláticas, niñas que paren antes de cumplir los 14 años, a consecuencia de violaciones o de matrimonios forzados con hombres que les triplican la edad. Feminicidios, asesinatos al por mayor. Niños que mueren de hambruna. Sequías y cuentos ficticios de aguas milagrosas que curan de los malos espíritus a lagos contaminados. En ese país tan pequeño geográficamente, se asesinan pilotos de autobuses en una forma directa de mantener atemorizada a la población.
Un sistema de educación en el que no se invierte porque a ningún gobierno le interesa el desarrollo integral de esa infancia abandonada a su suerte. Un presidente que se cree iluminado y que hace del chauvinismo su mejor arma para adormilar más a esa sociedad hipócrita y de doble moral, que está a favor de la pena de muerte pero que está en contra del derecho al aborto. Para donde quiera que volteemos a ver, Guatemala se desmorona. Y somos los únicos culpables como sociedad por permitir que nos falten al respeto, por ser nosotros los que les faltamos el respeto a nuestros mayores y a las crías que están naciendo, nos faltamos el respeto a nosotros mismos. Por ser haraganes, acomodados, oportunistas, apáticos.
Es ahora, en estos momentos en que las plazas del país deberían estar retumbando en manifestaciones masivas, por el irrespeto del presidente, por el irrespeto de los congresistas. Por la violencia institucionalizada. Por las niñas violadas, por los feminicidios, por los pilotos asesinados, por los cuerpos desmembrados, por la poca (o nula) inversión en educación y salud. Por el ecocidio constante. Por la opresión a defensores de derechos humanos. Razones para salir a las calles y hacer retumbar las plazas existen y son infinitas. No tenemos por qué culpar a ninguna injerencia de Estados Unidos en el país, porque quienes votaron por Jimmy Morales (y la oligarquía) la avalaron. Porque quienes votaron por la continuidad de ese sistema neoliberal le firmaron de recibido. Porque quienes se negaron a ir por una Asamblea Nacional Constituyente Integral y detener las recientes elecciones también tienen responsabilidad. ¿Seguiremos alimentando un Estado fallido?
Pues ahora toca hacerse responsable de la consecuencia de ese voto y de esa indiferencia. La guatemalteca es una sociedad en constante retroceso. ¿ Nos queda acaso algo de dignidad ?
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