Por Carlos Aznárez
Están matando a los más jóvenes. En Gaza, en Lugansk y Donetsk, en México, y como no, en Venezuela. Los sicarios fascistas del Imperio saben a quienes apuntan para generar desconcierto y desestabilización. Lo ocurrido ahora con el diputado Robert Serra y su compañera María Herrera, estaba más que anunciado en los documentos capturados al opositor Lorent Saleh, recientemente extraditado desde Colombia. Serra se había pronunciado públicamente sobre estos planes pautados con total impunidad por el Uribismo. En esos “documentos" se enumeraban objetivos, y listas de personas vinculadas estrechamente al chavismo social y político, al que se nutre de la militancia barrial y que son los principales motores de la defensa del proceso revolucionario.
Esta lista de mártires individuales, se inició en abril de 2002, durante el golpe fallido, y prosiguió en noviembre de 2004, cuando asesinaran al fiscal Danilo Anderson. El magistrado estaba investigando a más de 400 personas acusadas de crímenes en contra el estado venezolano y los asesinatos cometidos durante el fallido Golpe de Estado de abril de 2002.
Tiempo después, el raid criminal continuó con la ejecución del general chavista Wilmer Moreno. Corría abril del 2012, y Moreno era recordado por haberse rebelado ante el golpista Carmona Estanga y reponer en la Gobernación de Mérida al capitán Florencio Porras, advirtiendo que su jefe era el comandante Chávez, quien para ese momento permanecía preso en La Orchila.
Desde febrero de este año y por tres meses, la antipatria, desesperada por no poder vencer por la vía electoral, se mostró tal cual es. Las guarimbas armadas descargaron terror y plomo contra decenas de militantes, matando a varios, hiriendo a muchos y destruyendo locales, sedes partidarias, infraestructura popular. Muy pocos de los culpables de esa barbarie están hoy entre rejas. Más aún, derechistas como Leopoldo López o María Corina Machado se dan el gusto, uno desde la prisión y la otra en giras pagadas por los satélites de la CIA, de seguir atizando el fuego de la violencia.
En abril pasado, otra noticia dolorosa: el paramilitarismo opositor (ése que se nutre del discurso rabioso en las cuevas de la oposición “moderada” y que se equipa de armamento en tierra colombiana) asesinó al Presidente de la Cámara Municipal de Caracas, el mayor Eliécer Otaiza. En este caso golpeaban a un hombre clave, que había participado junto a Hugo Chávez en la rebelión cívico - militar del 4 de febrero de 1982 y en el posterior levantamiento de noviembre de ese mismo año. Era amigo y camarada del Comandante Eterno, y estaba considerado un irreverente que no comulgaba con el discurso políticamente correcto. Por eso y por su coraje a la hora de enfrentar a los escuálidos, era venerado a pie de barrio por sus hermanos de clase.
Luego siguieron aprietes, amenazas, amagues de nuevas intentonas, abortadas parcialmente muchas de ellas por la propia Inteligencia venezolana, pero de ninguna manera derrotadas. El propio presidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, se esforzaron en advertir que el enemigo interno y el Imperio desde Washington seguían al acecho, generando más y más guerra económica, a la vez que afilaban los cuchillos para nuevas acciones violentas.
En este contexto hay que ubicar ahora el crimen cometido contra el joven diputado Serra y su esposa. Se trata de un político muy joven, que venía destacándose como excelente orador en la Asamblea Nacional, y en ese marco, no tenía pelos en la lengua para marcar a los cómplices visibles de la escalada fascista contra el pueblo venezolano.
Su muerte no sólo busca sacar del medio a un militante sino que apunta a instalar un clima de terror protegido por la impunidad que otorga una justicia lenta y demasiado liviana para la magnitud de la guerra que está en desarrollo. Es evidente que el enemigo está provocando, y que no es de rigor producir respuestas parciales (dotadas de cierta lógica por el dolor que producen estas muertes) ni salidas apresuradas, pero sí se impone una respuesta de gran calado de masas. Al fascismo armado, o a sus representantes diversos, sean ellos fondos buitres o lacayos políticos de Washington, sólo se los detiene con unidad del pueblo organizado y rodilla en tierra. Si se quieren evitar los arranques individuales, no basta con llamamientos a la calma ni invocaciones a que “se tenga confianza en la Justicia”. El pueblo, sus organizaciones sociales, comunales, estudiantiles y obreras, el gobierno revolucionario y las Fuerzas Armadas Bolivarianas, todos en conjunto, deben convertirse en muro de contención para evitar más ataques a la militancia popular chavista.
El enfrentamiento es con un enemigo sin códigos ni escrúpulos, dotado de una mentalidad destructiva que busca convertir a Venezuela en Libia, en Siria. en Kiev o Hong Kong. En ese trámite, aplican el “todo vale” y se aprovechan de las debilidades del cuerpo social revolucionario. Por ello, se hace cada vez más necesario que se castigue con todo el rigor a los incitadores intelectuales de estos crímenes, a esos pavos reales que en Caracas, Zulia o Miami alientan hechos como el actual. Esos miserables que desoyeron los llamados al diálogo y consideran “presos políticos” a quienes matan cobardemente a jóvenes desarmados o convocan al magnicidio. A esos medios cómplices que atizan el fuego descalificando cada acción del gobierno revolucionario. Todos ellos son culpables de la muerte de Robert y María, y es indispensable acorralarlos y desarmarlos para que la militancia bolivariana de a pie, esa que está siempre atenta cuando se la convoca, no pierda confianza en sus propias fuerzas ni en sus representantes. Como sostenía repetidamente el Comandante Chávez, no se trata de vencer o morir, sino de vencer.
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