Por Vicky Peláez
La política no es otra cosa que economía concentrada.
V. I. Lenin (1870 - 1924)
El fin del siglo XX y el comienzo del siglo XXI se han caracterizado no solamente por la proliferación de guerras, sino también por el boom de diferentes tratados internacionales que en muchos casos han devastado la economía y la estabilidad de muchos países, llevándolos a una vorágine de dependencia de la cual no pueden salir.
Día tras día la prensa globalizada nos está informando sobre los acuerdos FIPA, ACTA, AP, TPP, TTIP, TIFA, NAFTA, TLC, GATT, WTO, TISA etc. y nos preguntamos lógicamente para qué existen tantos tratados y qué intereses sirven. Para entender todo este embrollo, del que por supuesto sólo se han beneficiado o se benefician unos pocos, habrá que revisar la historia.
Resulta, según los archivos de la Carnegie Endowment for International Peace (Fundación Carnegie para la Paz Internacional), que ya en 1908 la junta directiva de esta organización estaba debatiendo “si habían otras formas conocidas además de la guerra para poder alterar la vida de una nación”. Después de muchos días de deliberación, los participantes llegaron a la conclusión que la guerra siempre había sido el método más efectivo de cambiar la vida de una nación o una sociedad. A la vez afirmaron que tratados, acuerdos y pactos internacionales también podrían servir este propósito orientados a debilitar la soberanía del Estado a través de su gradual subordinación a las organizaciones internacionales.
En la era de la globalización las corporaciones transnacionales amparadas por la única superpotencia del mundo, Estados Unidos, tomaron bajo su control el aparato de toma de decisiones de la mayoría de las organizaciones internacionales que a su vez, a través de los acuerdos bilaterales o multinacionales hicieron disminuir la libertad política, jurídica y económica de los países participantes en nombre del acuerdo internacional firmado. En realidad, cada tratado internacional afecta la soberanía de los países firmantes y en especial la de los países en proceso de desarrollo que, frecuentemente o casi siempre, aceptan las imposiciones de las naciones más poderosas con quienes firman el acuerdo.
México es un ejemplo más claro de las consecuencias que podrían tener los tratados en la vida económica, política y financiera de una nación y de su sociedad. Siempre en la mira de su vecino del Norte, este orgulloso y soberano país finalmente sucumbió a las presiones de Washington y sus generosas promesas de prosperidad y firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA en inglés) con Estados Unidos y Canadá en 1992. A partir del primero de enero de 1994 este tratado entró en vigencia. Aquel año, muchos estudiosos mexicanos denunciaron que eran muy pocas personas que pudieron tener acceso a los 2.226 artículos de aquel acuerdo antes de la firma final y ni siquiera los miembros del Congreso tuvieron tiempo de revisarlos con detenimiento y debatirlos.
En todos estos 20 años de existencia del TLCAN la prensa globalizada no cansaba de hablar año tras año de las ventajas económicas que tendría México a mediano y largo plazo. Sin embargo, mientras el tiempo avanzaba, el país se empobrecía cada vez más, lo que se reflejaba en el incremento de la violencia y del crimen organizado. Actualmente México es considerado por la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos como el “cementerio de desaparecidos”, cuyo número supera 25 mil personas y esto sin contar unos 100 mil muertos por violencia en los últimos 20 años y más de 150 mil personas desplazadas.
El país que en 1994 era prácticamente autosuficiente en la alimentación, para 2014 se convirtió en importador neto de alimentos básicos en América Latina. De acuerdo al periodista mexicano, Carlos Fernández - Vega, desde la entrada en vigor del TLCAN el país ha importado alimentos “por 275 mil millones de dólares y el 80 por ciento de los cuales proviene de EE. UU., mientras se incrementa el número de mexicanos sin acceso a los alimentos y el campo nacional es una enorme fábrica de pobres”.
En 1994 se importaron los alimentos por 1.800 millones de dólares y en 2014 por 25 mil millones de dólares. Actualmente el país importa el 75 por ciento del consumo nacional de arroz, 30 del maíz y el 42 por ciento de trigo. También compra principalmente en Norteamérica carne, lácteos, huevos, leche, aves, semillas etc. Su exportación se limita a hortalizas, plantas, raíces y tubérculos, frutas, bebidas y vinagre. México ya dejó de ser autosuficiente en productos del mar teniendo 12 millas de mar territorial y 200 millas de zona económica exclusiva y su flota pesquera prácticamente ha desaparecido.
Todo esto explica por qué el 60 por ciento de 112 millones de habitantes de México son pobres y sin acceso a la seguridad social. El TLCAN tampoco ha traído el prometido trabajo completo. Actualmente, casi 30 millones de mexicanos trabajan en la informalidad (60.1 por ciento de la población ocupada) con el sueldo mínimo de 167 dólares al mes. Según los informes gubernamentales, el índice de obesidad y sobrepeso de los habitantes del país aumentó en estos 20 años del 32 al 78 por ciento debido a la mala alimentación y la falta de acceso a la alimentación nutritiva que ha sido reemplazada por la comida chatarra importada de EE. UU. Tal es la situación que tres de cada cuatro camas de hospital las ocupan pacientes con enfermedades relacionadas con obesidad.
Sin embargo, para el presidente de EE. UU., Barack Obama “México de hoy registra un progreso importante”, según expresó. En cierto modo tiene razón el “gerente de la Casa Blanca” pues los ricos nacionales se hicieron más pudientes. Carlos Slim aumentó su fortuna en estos 20 años de 6.800 millones de dólares a 77.100 millones, Ricardo Salinas Priego de 1.900 millones a 8.000 millones, la Familia Servitge Montull de 1.200 millones a 4.900 millones y Alberto Bailléres de 1.900 a 10.400 millones de dólares, como lo anunció la revista Forbes. En total, la fortuna de los multimillonarios mexicanos aumentó de 44.100 millones en 1994 a 129.300 millones de dólares. Seguro a eso se refería Barack Obama cuando hablaba del “progreso” mexicano.
Estados Unidos también obtuvo su “progreso” tanto en términos económicos y financieros a través del TLCAN como en los geopolíticos y geoestratégicos. Sus corporaciones energéticas recibieron el acceso al petróleo mexicano (10.500 millones de barriles) que el actual presidente del país Enrique Peña Nieto logró privatizar, además la banca norteamericana tomó control del sector financiero nacional. Los agentes del Servicio de Alguaciles de EE. UU., del Departamento de Justicia, de la DEA, del FBI andan por el país como “Pedro por su casa”, inclusive participan disfrazados y armados como elementos de la Marina mexicana en operativos antinarcóticos y de otra índole. Mientras tanto, la droga fluye a través de México a Norteamérica. Se calcula que cada año entran a EE. UU. algo de 700 toneladas de cocaína a pesar de todo este despliegue de las fuerzas de seguridad, tanto nacionales como norteamericanas.
México en realidad se ha convertido en el primer laboratorio norteamericano para remodelar un Estado y acomodarlo a sus intereses y a los intereses de sus corporaciones. Tiene toda la razón el periodista mexicano Alejandro Nadal al afirmar que el capital financiero globalizado “no está destruyendo el Estado, sino que lo está reconfigurando y reorganizando para que responda a sus necesidades e intereses”. El mismo mercado neoliberal necesita un Estado que facilite crear el mercado electoral, judicial y legislativo y además que sepa controlar y hacer obediente la mano de obra. La corrupción es uno de los métodos de lograr todas estas metas, en beneficio de la primera superpotencia del mundo y de sus corporaciones. El Estado a cambio recibe la protección moral y en cierto modo la económica y mediática de las corporaciones envueltas en este juego donde lo nacional cede el piso a lo transnacional.
Tal es la situación de México actual que, según el editor del “International Forecaster”, James Corbett, en 2013 la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EEUU presentó una infografía a la senadora demócrata Diane Feinstein donde Norteamérica, Canadá y México eran parte de su “Homeland” (Patria) que en el futuro se convertiría en la Unión Norteamericana. La misma idea de crear una Comunidad Norteamericana fue lanzada en 2005 por la Comisión Trilateral estadounidense, el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales y por el Canadian Council of Chief Executives. Todo es cuestión de tiempo y de aprobación de nuevos acuerdos, tratados y pactos que Washington está implementando paso a paso mientras el pueblo mexicano y el canadiense, están siguiendo el juego de despolitización en el que los están envolviendo los medios de comunicación, día tras día, con paciencia, insistencia y persistencia, de acuerdo a los manuales de la “guerra psicológica”.
En realidad Canadá, México, América Central y el Caribe constituyen una pequeña parte del proyecto norteamericano del imperialismo globalizado.
Estados Unidos también está enfrascado, a tiempo completo, en el proyecto de sacar Europa, envuelta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en unos tratados secretos con Estados Unidos reforzados posteriormente a través de acuerdos comerciales y militares (OTAN), de su camino geoeconómico y geopolítico. La próxima firma del Tratado Trans - Atlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) pondrá fin a la soberanía de la Unión Europea y a la de sus miembros en términos individuales. También está en marcha el Tratado Trans - Pacífico de La Asociación Económica de la Región de Asia - Pacífico (TPP) proyectado hacia el dominio de Asia y el aislamiento de China y Rusia.
Pero como dice el refrán popular: “El que abarca mucho, aprieta poco”. La vida siempre da sorpresas y esta tierra ya no es “un río de rodillas”. Por de pronto América Latina lo está demostrando. China se ha convertido en la segunda economía del mundo y su yuan ya es la segunda moneda de reserva internacional aunque no lo reconozca oficialmente la Casa Blanca. Rusia está recuperándose a pesar de las sanciones de EE. UU. y sus satélites como la Unión Europea y Australia, a través de su presidente, Vladimir Putin anuncia a los cuatro vientos “que nadie se haga ilusiones de que pueda lograr supremacía sobre Rusia”.
¿Lo tendrán en cuenta los globalizadores iluminados tanto neoliberales como neoconservadores?. Lo dudo mucho, porque como dijo Antón Chéjov, “cada uno tiene cabeza, pero no todos la necesitan”.
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