Por Camila Cienfuegos
En agosto de 2012,en un campamento en las montañas de Colombia, sentada frente al computador redactando un plan de estudio, escucho el ruido del avión explorador que interrumpe la cotidianidad y la concentración, rápidamente tomo mí fusil y me atrinchero, junto al grupo antiaéreo. ¡ Uff ! Afortunadamente solo fue un sobrevuelo. Retornó la calma y seguimos estudiando los temas de paz.
La concentración de nuevo se interrumpe por el llamado que me hacen para asistir a una reunión de Dirección de Mandos. Una reunión que parece rutinaria, pero que no olvidaré. Me notifican que saldré a una importante misión; en mi cabeza se tejen muchos interrogantes ausentes de respuestas, pero de lo único que estuve segura es que daría lo mejor de mí. Un principio inamovible en mi vida.
El tan esperado día llegó. Breve y sin mayor protocolo, el Camarada Pablo nos informa a Boris y a mí, que haremos parte de la Delegación de Paz que viajará a La Habana, Cuba. Sin cruzar palabra, nos miramos sintiendo de inmediato sobre nuestros hombros el peso de una responsabilidad histórica. Los rostros de anónimos camaradas, con los que nos hemos cruzado en la vida guerrillera y ya no están, mujeres y hombres soñadores de la nueva Colombia, pasan por un segundo en mi mente.
Sin tiempo que perder empezamos a organizar maletas, no fue fácil desprenderme de mis botas de caucho y mi fusil, que han sido mis fieles compañeros por más de dos décadas. Amigos inseparables. Hago entrega de mi equipo de campaña, ya no llevo mi uniforme verde oliva, ahora visto de civil, me despido de mi gran familia fariana, los mismos con los que he compartido momentos inolvidables de felicidad y otros tantos de tristeza.
Estamos próximos a abordar el avión, me espera un viaje largo. Siento nostalgia, por dejar atrás mi cotidianidad y expectativa por lo que se viene. Los míos, la guerrillerada y su camaradería de a poco van quedando a lo lejos mientras nos despiden agitando sus manos. Veo sus fusiles terciados. Seguirán, enfrentarán el fragor de la guerra, expuestos a bombardeos y ametrallamientos que no dan tregua, mientras yo estaré cumpliendo otra tarea, ya no en la selva. En algunas horas estaremos en Cuba, la isla de la libertad. La tierra de Fidel y Raúl, del Che Guevara, Camilo Cienfuegos; la misma tierra que vio nacer a entrañables mujeres como Celia Sánchez Manduley, Vilma Espín, Mariana Grajales y muchas más. Un suelo productor de auténticos revolucionarios. Un pueblo extraordinario.
Finalmente llego al Aeropuerto José Martí, en La Habana, donde me fundo en un abrazo con los camaradas de la Delegación de Paz y de inmediato me asignan mi responsabilidad, trabajar en el equipo de prensa. Ya no tengo ni fusil ni botas, tengo tacones, grabadora y teléfono celular a la mano, además de una libreta para apuntes. Intercambio con periodistas y corresponsales de la prensa nacional e internacional que se instalaron en la mayor de las Antillas para acompañar el día a día de los diálogos. En esta tarea se aprende como en la guerrilla, todos los días.
Ahora no sólo redacto planes de estudio, sino de trabajo y coordino agendas. Aquí o allá continúo cumpliendo con mi compromiso, dar lo mejor de mí. Sueño con volver y contarles a los míos, la buena nueva, el acuerdo de una paz estable y duradera. ! Qué difícil fue soltar el fusil y subirme en los tacones !.
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