Por Víctor Angel Fernández
Estamos en camino de cumplir un siglo de socialismo en el poder, luego de que en aquel octubre de 1917, fuera tomado el Palacio de Invierno en, la hoy, San Petersburgo.
El camino no ha estado exento de errores, siempre destacados y multiplicados por la propaganda occidental, como tampoco han faltado las agresiones abiertas o camuflajeadas, las cuales, sin querer echar las culpas sobre hombros ajenos, de no haber existido, es probable que otras vías hubieran podido seguirse.
No voy a referirme a los logros, creo que la historia nunca podrá soslayarlos, lo que sí deseo, aunque parezca paradójico, es hacer un reconocimiento a toda la propaganda occidental, que durante estos casi cien años, ha tenido la virtud de robarse términos y frases, como si fueran los paladines de la justicia universal y desbarrar de todo lo que se hizo o hace en cualquier país que tenga algún signo de izquierda en su forma de gobierno.
Me referiré a tres temas en particular: democracia, derechos humanos y disidencia.
Democracia, en términos simples y sin entrar en profundos estudios de las raíces terminológicas, no es más que la cracia -o el poder- del demos -pueblo-. Y, si cualquiera lee alguna prensa o literatura de derecha, sólo en aquellos países con formas de gobierno occidental, oriental o meso - oriental, sean del norte o del sur, esa democracia -ojo, que ellos nunca tratan de desglosarla en sus componentes semánticos- sólo existe en los lugares cuya particular apreciación esté signada por los poderes afines a esos intereses. Fue en defensa de la democracia que Truman ordenó los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, incluidos los campos de concentración en Norteamérica para aquellos cuyo sólo delito era el poseer ojos algo rasgados. También, en esa línea democrática, se ubicaron las operaciones en Iraq, Afganistán, Panamá o una larga lista, incluidos los apoyos ofrecidos en América -no la de ellos, sino la de nosotros- para la operación Cóndor y ¿por qué no? es también, siempre según ellos, parte de la lucha por defender la democracia, el mantener la prisión de humanos sin derechos en la Base Naval de Guantánamo.
Fueron democracia las elecciones de noviembre de 1958, en la Cuba del batistato, cuando la Isla estaba en pie de guerra y con posiciones abiertamente victoriosas para los hombres de verde olivo. También lo son las declaraciones de Donald Trump, la posición común de la Unión Europea contra Cuba y hasta el bloqueo, con su multa reciente de 800 millones a un banco francés.
La dictadura del proletariado, frase en desuso por lo “inaceptable” del primer término componente, no se ubica en lo que gusta para los norteños y sus seguidores. Nuestro poder del pueblo, con altísimos por cientos de participación popular -como digo en reiteradas ocasiones, sin estar exenta de errores-, no recibe el sello reconocedor de los “autojueces”. Simple y sencillamente, porque el término fue robado y sólo responde a las funciones que deseen darle los grandes poderes.
La otra expresión es Derechos Humanos. Un día, el presidente correspondiente de los Estados Unidos, sacó de la bolsa mágica la frase, comenzando así, otra guerra de acusaciones. Y entonces, esos derechos, por ejemplo, sólo incluyen una forma de votar como la que ellos quieren. O una forma de no votar como las designaciones de monarquías que sólo representan a su familia y apellidos particulares, muchos con tantas condecoraciones, nadie sabe salidas de dónde, que hasta el mismísimo Leónidas Trujillo, conocido por Chapitas, dado su afán de ponerse metal sobre las solapas, se volvería a morir de envidia.
No sólo nos dejamos robar la frase, sino -valga reconocerlo- hasta la miramos de reojo y nosotros mismos la soslayamos. Salud, educación, empleo y respeto social, que con todo y las carencias, hace mucho tiempo son una realidad tan común y corriente que no la ubicamos en su justo valor y son también derechos humanos, pero siempre la noria vuelve a dar la vuelta y se hace saltar la peluda oreja: pero el sistema eleccionario de ustedes, no cumple con los derechos humanos. Claro con los derechos que a ellos les convienen. No quiero concluir con este término, sin citar sólo un ejemplo “casual”: ningún gobierno estadounidense ha firmado la Declaración de los Derechos del Niño. ¿Qué les parece?
Por último, me referiré al término disidencia, cada día más de moda. Les propongo buscar en la literatura, sea o no de ficción, en la prensa o en cualquier expresión hablada o escrita y verán que nunca ese término se le aplica a un nacional de esos países que se autoasignaron el papel de gendarmes universales. Los que realmente disienten -y no son pocos- pueden ser acusados desde inconformes hasta terroristas, pero jamás como disidentes. Antes no lo fueron Martin Luther King o Malcolm X, ni tampoco beatniks o hippies y mucho menos los cercanos movimientos de ocupas, fuera en España o en Wall Street.
No obstante, en cuanto alguien dice algo, en Cuba, por ejemplo, con cualquier tipo de desacuerdo sobre decisiones gubernamentales, no hay que pensar mucho, allí sale la palabrita. No sé en qué lugar me ubicarán en lo adelante, pero les confieso algo: si yo tuviera que medir la progresiva desaparición de la juventud en cada ser humano, la mediría por la disminución de la capacidad de disentir que se va extinguiendo en esa persona, cualquiera sea su sexo o edad.
Tres grandes disidentes, en tanto personas en desacuerdo con un estado de cosas y un ideal de lucha por mejorarlas, y aquí está lo fundamental, repito, mejorarlas por un bien social, son las imágenes del escudo de la Unión de Jóvenes Comunistas: Mella, Camilo y Che.
Así fueron los jóvenes Céspedes y Agramonte. También todos sus seguidores luego de aquel 10 de octubre de 1868. Obviamente que Martí, los Maceo, el Generalísimo Gómez, Guiteras, Villena, Pablo, Echeverría, Machadito, Fidel, Raúl y la Generación del Centenario en pleno.
Disintieron de lo mal hecho y dedicaron sus vidas a arreglar lo erróneo. Dedicaron sus vidas a que al demos - pueblo, le respetaran sus derechos como humanos y lograran mantener el poder - cracia. Promulgaron, lucharon y lograron con sus vidas que se cumpliera el precepto martiano de que la ley primera de nuestro país, fuera el respeto real a la dignidad plena del hombre.
Se nos convoca cada día a no ser pasivos ante lo mal hecho, a disentir sobre los errores y luchar por corregirlos. Recuperemos los términos robados y bienvenidos los disidentes, no aquellos aupados y bautizados por fuerzas externas, sino los que con su obra de entrega diaria, se ganen el respeto y luchen por defender el derecho humano de esta real democracia como lo es el poder del pueblo, que tanto ha costado.
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