Por Carlos Del Frade
(APe).- Dura la vida en el Fisherton pobre rosarino. El trabajo fue tragado por el agujero negro construido en los años noventa y después vino el doble negocio del capitalismo, armas y drogas. Pero ahí están las mayorías. Las que apuestan todos los días a cosas que vayan muy lejos de las pesadillas impuestas. Maestras, profes, enfermeros, sacerdotes, militantes y tantos otros que, como en la mayoría de los barrios, son más y pelean por el bien común. Aunque el sistema enseña, desde hace décadas, a ignorar lo bueno cotidiano para que no se tenga esperanza ni optimismo.
Hace rato que los grandes medios son los grandes miedos. Porque los negocios del miedo son grandes y facturan mucho. Pero allí, en el Fisherton pobre, está La Casita del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos que coordina ese fenomenal patriarca que es Oscar Lupori. Un lugar que apuesta a lo mejor de cada uno. Donde florecen talleres todos los días y, entre otras cosas, el sitio en que la Cooperativa de Comunicación “La Brújula” viene bancando, como puede y como no puede, una revista multicolor que se llama “Pintó Casita”.
-Mi hijo era muy bueno, tuvo una infancia muy difícil, pasamos muchas cosas juntos, por ahí felices, por ahí tristes. Él era un chico que se hacía querer con la gente. Agarró el mal camino porque se crió sólo conmigo, el padre nunca estuvo, él no quería ni ver al padre. De chiquito venía a trabajar conmigo, cuidábamos autos. Fuimos cartoneros y yo sigo cuidando autos para poder sobrevivir. Nico era buen alumno, nunca tuve una queja en la escuela de él, iba a la Puig. Me acuerdo que siempre para el día de la madre, venía con una rosa y una tarjeta – se lee en las páginas de la revista, bajo el título de “Una rosa para Nico. Una esperanza para nuestros pibes”, texto escrito por su mamá, Delicia, recordando a su hijo, Franco Nicolás Burgos, asesinado con apenas 19 años en una de las esquinas del barrio.
También la revista es capaz de reproducir otro escrito, esta vez de los chicos de los talleres que le preguntan a los estudiantes de trabajo social que pasan algunos momentos con ellos y después se van: “Señores trabajadores sociales: Se le pregunta por qué motivo y circunstancia se hacen querer y apreciar tanto por otros chicos y luego al pasar el tiempo de ya quererlos a ustedes (estudiantes y trabajadores sociales), al tiempo de recibirse o conseguir trabajo se retiran y dejan a los chicos con el querer brindado. Firman chicos que aprendieron mucho de ustedes”, termina diciendo el escrito.
Confesión de amor, necesidad de que siga el afecto. Esperanza latente y cotidiana que aparece en las páginas de la revista parida por el compromiso de las chicas y los chicos que hacen la Cooperativa de comunicación, los que hacen un periodismo que no sucede con frecuencia en los grandes medios pero que también existe y goza de buena salud mucho más allá de las empresas editoriales, televisivas y radiales.
La contratapa de la revista es un hermoso dibujo de labios que se abren en una sonrisa tierna y dulce: “Voy a ver flashear tu sonrisa”, dice el texto.
Escriben en el saludo de apertura que en La Casita “los pibes y las pibas pintan las paredes con sus sueños sencillos, y de tantos colores, porque esa es la forma de demostrar que sí se puede vivir de otra manera. Allí, el trabajo de hormiga es costumbre y se va contagiando en el día a día, con esas cositas simples, pequeñas, que a veces pasan inadvertidas”.
“Voy a flashear tu sonrisa”, presagian los jóvenes en las paredes del Fisherton pobre. Porfiando un futuro digno, burlando el destino de plomo, droga y tristeza que quiere estamparles este sistema perverso. Y así hasta se asombran, y se ríen, y se convencen. Y se queda nomás la promesa, la huella que es memoria, rebeldía, allá rumbeando para el noroeste, del otro lado de las vías más bien, donde se van abriendo claros los caminos”, sostienen. Y tienen razón.
Mientras los grandes medios de comunicación imponen el consenso de la imposibilidad del cambio y contagian desesperanza, la muchachada de La Brújula, con su revista “Pintó Casita”, están mostrando que en la dura realidad de los barrios estragados por el narco y las armas, también florece y se multiplica la porfiada resistencia de los que insisten en el amor, la alegría y la búsqueda de un presente mejor.
Fuente: “Pintó Casita”, número dos, diciembre de 2014, Rosario; Natalia, integrante de la Cooperativa La Brújula, Rosario.
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