Por Carlos Del Frade
(APe).- Acindar, en 1991, despidió a los 3.600 trabajadores que hasta entonces producían en su fábrica de Villa Constitución, sur de la provincia de Santa Fe. Era la totalidad de los empleados. Su idea era implementar la llamada multiplicidad de tareas.
A pesar de la lucha del gremio metalúrgico y el apoyo de otros sindicatos, la empresa siguió con su pedagogía de disciplinamiento social: convocó a cubrir esas “vacantes”. Largas colas de desocupados se amontonaban ávidas de encontrar ese puesto laboral, hijo de un despido arbitrario y feroz. No importaba que se sintieran carneros, no tenía ningún espesor existencial la palabra solidaridad ni tampoco las palabras de los familiares de los recientemente echados que le pedían por favor que tuvieran en cuenta que se trataba de una jugarreta, perversa, de la empresa para reducir costos, no solamente en el presente, sino de cara al futuro.
El capitalismo mostraba su crueldad: enfrentaba a las víctimas entre sí por un puesto de trabajo. Principios de los años noventa.
Un cuarto de siglo después, con permanentes discursos que pontifican la muerte de la década del noventa, las noticias que hablan de la permanente sangría de chicos y chicas en los barrios de distintas provincias por quedarse con un puesto de soldadito en los lugares de venta de drogas, ratifican la vigencia de aquella perversión.
No se trata de un lugar en una fábrica, sino de un puesto que permite ganar hasta seiscientos pesos diarios en los barrios donde años atrás jugaban juntos con aquellos con los que hoy compiten, hasta la muerte, por ese “salario” que ofrece el negocio paraestatal del narcotráfico.
Desde Catamarca, la información dice que un hombre “recibía la marihuana y la cocaína en paquetes enviados desde Buenos Aires. Estiraba la droga en su casa y luego la distribuía. Pero esta última tarea no la hacía él, sino sus “soldaditos”, nenes de entre apenas 6 y 10 años a los que les pagaba con una mínima parte de la mercadería”, sostenían las crónicas periodísticas.
Chicos de seis y diez años. Hay que parar la lectura y ponerse a pensar en esas edades. El puesto de venta de drogas estaba en un barrio “muy pobre de la ciudad de Andalgalá, ubicada a unos ciento ochenta kilómetros de la capital provincial”. En barrios desesperados, cosidos por décadas de saqueos, la mano de obra tiene entre seis y diez años.
Desde Córdoba, el testimonio de Pablo es revelador de la trama de necesidades que impulsa a los pibes a ser “soldaditos”. “Me levanto en mi casa, desayuno y al mediodía me vengo para el kiosco. A veces como en casa y otras, acá. Estoy hasta las cinco de la tarde, cuando me voy a la escuela. Cuando salgo, vuelvo y sigo atendiendo. Hay días que me quedo hasta la una… Yo acá estoy tranquilo, sigo atendiendo el kiosco. Cuando no viene gente juego a la Play...”, dice el pibe que confiesa ganar unos cinco mil pesos al mes. Hace tres años que “trabaja” para los narcos.
En Mendoza, en tanto, se investiga el accionar de “Los Angelitos de Yaqui”, por Yaquelina Vargas, de 39 años, jefa de una organización de chicos que van de los quince a los diecisiete años, en un barrio de Godoy Cruz. “Cinco familiares de “Yaqui” y cuatro de sus “soldaditos” están detenidos y esperan el juicio oral, desde mediados de 2013. La líder de la banda, como el resto de sus familiares -sus dos hijas, un sobrino, una hermana y el cuñado- fueron notificados esta semana que serán juzgados por una tribunal de Cámara por comercialización de estupefacientes y lavado de activo, con penas que van de tres a diez años de cárcel.
Además, los más jóvenes están acusados de al menos 10 crímenes”, dicen las crónicas mendocinas.
Chicas y chicos que trabajan para los narcos y que luego son capaces de morir o matar para mantener o conseguir su puesto laboral. La profundización de la perversión de los años noventa en distintas geografías de la Argentina crepuscular de 2015, a días, nada más, de una nueva elección presidencial.
Fuentes: Diarios “La Nación”, lunes 12 de octubre de 2015; “Clarín”, domingo 11 y lunes 12 de octubre de 2015; entrevistas propias del autor de esta nota.
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