Por Alberto Pinzón Sánchez
Recuerdo como una cicatriz intelectual, en San Vicente del Caguán aquel septiembre del 2001, cuando como miembro de la comisión de los notables, nombrada por la Mesa de Diálogos de Paz Pastrana - FARC; el Mono Jojoy intervino en una discusión política o ideológica, es difícil decirlo ahora, para zanjar una antigua, profunda y enconada controversia “teórica” sobre lo que la izquierda marxista ha denominado tradicionalmente “el carácter de la revolución en Colombia”: ¿socialista? ¿democrática? ¿democrática en marcha al socialismo? ¿democrática paso y parte esencial del socialismo?, etc. y demás conjugaciones retóricas que cada grupo marxista ha ido formulando como su justificación político - ideológica de su praxis momentánea.
Decía Jojoy con la rudeza campesina que lo caracterizaba: ... “A nosotros los de las FARC, el proletariado socialista no nos ha dejado sino su ideología y uno que otro cuadro que ha venido por el Partido Comunista a ayudarnos a esclarecer nuestra lucha. Pero los combatientes de todos estos años y los millones de muertos los hemos puesto nosotros; los campesinos pobres y los trabajadores del campo”.
Y a continuación preguntaba al grupo allí presente: "¿Cuál es la esencia de la lucha nuestra?" Muy sencillo, respondió: “La democracia, el socialismo y ojalá el comunismo descrito por Marx. Pero por ahora, luchamos por una simple reforma agraria que acabe con el latifundismo improductivo capitalista del estado de sitio permanente y eso, es una lucha profundamente democrática que el movimiento agrario y campesino se planteó desde hace muchísimos años; muchos años antes de que hubieran nacido las FARC. No lo olviden”. Soltó una de esas sonoras carcajadas y volteando la espalda nos dijo: “Ahí les quedo. Me voy porque la revolución colombiana me necesita en otro lado” y desapareció, tal vez hacia su destino final.
Cuantas vueltas y revueltas le he dado a esa brusca escena en mis largas noches del exilio en estos inviernos noreuropeos y más ahora, cuando la posibilidad real de un pacto político de paz en La Habana, acerca cada día más la solución política al histórico conflicto social y armado de Colombia; pero paradójicamente crece rabiosamente la oposición visceral de la fracción de clase extremista (de financistas y terratenientes beneficiarios de los negocios de la guerra y la antidemocracia) liderada por Uribe Vélez y el sacristán Ordoñez, opuesta rabiosamente a la fracción de clase dominante (también de financistas y terratenientes ) aunque más realistas o moderados que, al haber hecho un análisis objetivo de clase ( el cual muy seguramente viene directamente de los EE. UU.) consideran que llegó la hora de realizar ese pacto político con la insurgencia para finalizar el llamado conflicto armado colombiano.
Esta fractura dentro de la clase dominante y el Bloque de Poder Contrainsurgente (BPCi), al parecer irreparable, es una (tal vez la más importante) consecuencia del proceso de La Habana. Desconocerlo sería no sólo autodestructivo, sino insensato. Ya lo comprobarán aún más en las próximas elecciones de Colombia.
Y ese es el comportamiento de algunos “¿amigos?” llamados de izquierda: autodestructivos e insensatos, quienes con una retórica delirante y vacía, llena de frases altisonantes y pseudo revolucionarias que recuerdan a los “maximalistas y mencheviques rusos del todo o nada” descritos por Lenin en sus artículos sobre el infantilismo extremo izquierdista; ahora, con el sambenito de defender la revolución colombiana traicionada, pretenden inescrupulosamente enviar desde sus cubículos de cristal de profesores universitarios, a millares de campesinos pobres y trabajadores del campo a la muerte casi segura en un combate militar (tremendamente desigual) por el socialismo puro no traidor. Muertes que ellos verán cómodamente comiendo papas fritas, crash, crash, en los noticieros de televisión y sintiendo la satisfacción intelectual narcisista de que sus pomposas consignas anarquistas o extremo izquierdistas si eran justificadas ante la historia.
Los barrigones de La Habana (caricaturizados por Osuna) han traicionado la revolución colombiana, gritan, y a los campesinos y trabajadores del campo que dicen representar con su “ternurismo”, sus lágrimas de sometimiento y su capitulación traidora. Lo de siempre: la revolución traicionada que, como decía Lenin, le lleva el agua al molino mediático reaccionario de Uribe Vélez y el rábula Ordoñez y a la fraccion de clase dominante que éstos representan.
Los extremos se tocan (o ¿son idénticos?) en su formalismo, su antidemocracia y en su absolutismo, pues para el marxismo dialéctico nada es absoluto; por el contrario, todo es relativo y fluyente. Todo se mueve y puede ser trasformado por la praxis trasformadora humana, y el “post acuerdo de La Habana” (en ningún caso “post conflicto” que no concluirá ahí, pues lo que finalizará es la confrontación armada) es precisamente ese espacio democrático que se le arrancará al Bloque de Poder Contrainsurgente dominante en Colombia (BPCi) para avanzar, mediante la movilización popular, en más trasformaciones democráticas, no sólo en el campo y en las regiones agrarias, sino en la vida política, jurídica, económica y cultural de los colombianos del futuro; quienes, sin duda, reemplazarán el terror por la esperanza.
La Hydra de 7 cabezas de la mitología griega, ha sacado otra cabeza diferente a la Uribe - Ordoñez y esta vez ha salido por detrás, en la retaguardia del lago de Lerma y nos exige como a Hércules, un cuidado especial para saberla enfrentar, defendiendo a como dé lugar “el carácter democrático de la actual momento del conflicto colombiano”. No hay ningún motivo para dudar: Es una lucha radical por una democracia profunda, amplia, participativa, popular y protagónica, la que una vez logrado el acuerdo de La Habana se debe tomar las calles y carreteras de Colombia.
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