Guardia Nocturna (Mujer Fariana) Por Natalí Mistral, guerrillera internacionalista de las FARC - EP Una de las primeras lecciones que se recibe al llegar a filas guerrill...

Guardia Nocturna (Mujer Fariana)

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Natalie Mistral

Por Natalí Mistral, guerrillera internacionalista de las FARC - EP

Una de las primeras lecciones que se recibe al llegar a filas guerrilleras es que la guardia es la más importante tarea militar en la organización y se debe prestar con toda seriedad, pues de ella dependen las vidas de todos los demás. De esos innumerables momentos de soledad y vigilia, guardo algunos recuerdos gratos y significativos.

Prestar guardia en las FARC - EP es una tarea cotidiana. Representa varias horas de nuestros días y noches. Las condiciones y tiempo varían según el clima y la situación, pero su desarrollo sigue el mismo protocolo y las mismas estrictas reglas que nos garantizan no tener malas sorpresas. La guardia se presta de pie, sin moverse del sitio, sin comer, ni hablar y por supuesto, sin dormir.

Una de esas primeras noches de centinela marcó de una forma algo particular mi toma de conciencia del peligro que afrontamos.

Mi llegada a las FARC se hizo en un momento y lugar que brindaba relativa tranquilidad, en algún lugar de las montañas del Caribe colombiano. Después de unas pocas semanas de adaptación, entré al fin y con gran orgullo, a integrar la nómina diaria de guardia. Iba entonces cada día con mucha solemnidad, pero con demasiada confianza, a prestar el esencial servicio. Sabiendo el ejército lejos del lugar, tomaba el hecho como un ejercicio de rutina sin consecuencias, un tanto aburrido.

Este desdén mío irritaba a Sandra, la comandante encargada del servicio quien, una noche, durante una de las visitas periódicas a los puestos de guardia, se paró detrás de mi en la oscuridad y, después de hacer el ritual de pregunta:

-¿Novedades?- que respondí por un habitual

-Ninguna-; murmuró con voz misteriosa

-¿Sabes lo que es un zorro solo?- Yo no tenía la menor idea

-Será algún animal nocturno local- contesté algo desganada.

-No, es un soldado de fuerzas especiales capaz de degollar un guardia sin que se dé cuenta.

Sin moverme ni un ápice, mis ojos se abrieron y apreté fuerte la empuñadura de mi fusil. Dio un paso adelante para quedar a la altura de mi oreja y agregó - “Se mimetizan en troncos y algunos dicen que como animales... Pueden pasar semanas escondidos en la selva... Hasta que ¡ cruiq !..  (pasando su dedo por mi cuello) A veces se hacen pasar por el relevante... ¡ así que pilas !”.

Sin más explicaciones, dio media vuelta y sentí sus pasos desvanecerse, dejando solamente el ruido de la selva y el murmullo ensordecedor de un río cercano... Pensé “¡ Ya está, logró meterme miedo !” y yo que había logrado sobreponerme al miedo a la oscuridad que me acompaña desde niña... Hacía falta una hora y media para el relevo y ya empezaba a escuchar todo tipo de ruidos sospechosos y movimientos raros. Casi le disparo a una luciérnaga que se acercaba en línea recta, a gran velocidad. Nunca más tomé la guardia con tanta levedad después de esa noche.

A Sandra le gustaba hacer bromas pesadas y a veces un poco cruel, pero nada de lo que había dicho era mentira. Así que, cuando me siento cansada o aburrida, cuando mi imaginación empieza a volar por encima de la copa de los árboles y desvía mi atención del posible peligro, vuelvo a pensar en aquella noche. Al fin de cuentas un poco de miedo es el mejor despertador.

La guardia sin embargo me posibilitó, algunas veces, un privilegiado encuentro con los habitantes más originales de la selva; pues la inmovilidad permite hacerse olvidar también de los animales, que nos regalan breves instantes de felicidad.

Dentro de mis encuentros más preciados está un oso de anteojos: a plena luz del día merodeó alrededor del puesto de guardia unos minutos, antes de lanzarme una mirada desdeñosa, y seguir su camino, rodeando nuestro campamento.

Pero mi mejor momento fue cuando, sobre las dos de la madrugada, en medio de un operativo militar, sentí una presencia inusual a mis espaldas. No era una sensación de peligro, más bien un sentimiento de tranquilidad que contrastaba con la zozobra provocada por la presencia cercana del ejército. Después de unos instantes de dudas, decidí darme vuelta muy lentamente. Mis ojos no lograban traspasar la oscuridad, solo podía discernir la sombra borrosa de los árboles cercanos, cuando escuché un leve crujir de hojas a menos de 4 metros de mi posición.

Agarré mi linterna -de cuyo foco, camuflado por un pedacito de tela verde, salía una leve luz del mismo color- y alumbré bajito en dirección del casi imperceptible sonido. Lo que vi me petrificó, y al tiempo, me llenó de una inmensa alegría: un puma me estaba observando, sentado, hermoso; los ojos del enorme felino reflejaban la luz tenue de mi linterna. No se asustó, solo se quedó mirándome fijamente durante unos largos segundos, como si quisiera hacerme entender algo, y cerró los ojos suavemente, tal como un enorme y tierno gato, antes de levantarse y dar la vuelta para desaparecer en la oscuridad.

Esos momentos de comunión con la naturaleza, raros, preciosos, inolvidables, son parte de los tesoros que llevo en el corazón y que me hacen sentir que mi vida, mi lucha tienen sentido. Esto también significa ser guerrillera.

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