OPINION - REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE DE 1917: OPINIÓN - EL CIELO POR ASALTO I, II y III (RESCATANDO A LENIN) SUMARIO   1 - REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE DE 1917: OPINIÓN - EL CIELO POR ASALTO I, II y III (RESCATANDO A LENIN) - GENTILEZA PABLO K...

OPINION - REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE DE 1917: OPINIÓN - EL CIELO POR ASALTO I, II y III (RESCATANDO A LENIN)

SUMARIO

  1 - REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE DE 1917: OPINIÓN - EL CIELO POR ASALTO I, II y III (RESCATANDO A LENIN) - GENTILEZA PABLO KILBERG Y SIEMPRE EN GUARDIA.


1

De: SIEMPRE EN GUARDIA

Fecha: Viernes, 07 de Noviembre de 2008 02:05 a.m.

Para: GACETILLAS ARGENTINAS - REDACCIÓN

Asunto: EL CIELO POR ASALTO I, II y III

----- Original Message -----

From: Pablo Kilberg

To: Undisclosed-Recipient:;

Sent: Wednesday, November 05, 2008 9:06 AM

Subject: EL CIELO POR ASALTO (I)

urss

1917 - 7 de Noviembre - 2008

Aniversario de la Revolución Bolchevique

Hace 91 años, los "soviets" rusos (consejos de obreros, campesinos y soldados) tomaban el cielo por asalto. La primera Revolución Socialista triunfante cambiaría la historia del mundo. Su principal dirigente, Vladimir ilich Uliánov, "Lenin", ha dejado un importante legado teórico para quienes siguen luchando para terminar con la explotación del hombre por el hombre.

Proponemos rescatar a Lenin del nada casual "olvido" al que intentan someterlo. El trabajo que hoy reproducimos forma parte de uno de los textos "clásicos" de la teoría marxista: el "QUÉ HACER", escrito en el año 1902. Algunos términos utilizados por Lenin tiene hoy otra lectura: los "socialdemócratas" de aquella época eran los revolucionarios. Lenin utiliza el término "tradeunionismo" para referirse al sindicalismo. Fuera de esos pequeños detalles, el texto tiene una absoluta actualidad, por la temática que aborda: la necesidad de diferenciar entre lucha económica y lucha política, la concienca de clase y la necesidad de una herramienta política para la clase obrera. 


La clase obrera, como combatiente de vanguardia por la democracia

(Fuente: V.I. LENIN - "Qué Hacer", 1902. Capítulo III: Política tradeunionista y política socialdemócrata.)

lenin72Ya hemos visto que la agitación política más amplia y, por consiguiente, la organización de denuncias políticas en todos los aspectos constituye una tarea en absoluto necesaria, la tarea más imperiosamente necesaria de la actividad, siempre que esta actividad sea verdaderamente socialdemócrata.

Pero hemos llegado a esta conclusión partiendo únicamente de la urgentísima necesidad que la clase obrera tiene de conocimientos políticos y de educación política. Ahora bien, esta manera de plantear la cuestión sería demasiado restringida, desconocería las tareas democráticas generales de toda socialdemocracia en general y de la socialdemocracia rusa actual en particular.

Para explicar esta tesis lo más concretamente posible, trataremos de enfocar la cuestión desde el punto de vista más "familiar" a los economistas, o sea desde el punto de vista práctico. "Todo el mundo está de acuerdo" en que es necesario desarrollar la conciencia política de la clase obrera. Pero ¿cómo hacerlo y qué es necesario para hacerlo?

La lucha económica "hace pensar" a los obreros únicamente en las cuestiones concernientes a la actitud del gobierno hacia la clase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en la tarea de "imprimir a la lucha económica misma un carácter político", no podremos jamás, en el marco de dicha tarea, desarrollar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de conciencia política socialdemócrata), pues el marco mismo es demasiado estrecho.

La fórmula de Martínov nos es preciosa, no como prueba de la capacidad de confusión de su autor, sino porque expresa con relieve el error fundamental de todos los economistas, a saber: la convicción de que se puede desarrollar la conciencia política de clase de los obreros desde dentro, por decirlo así, de su lucha económica, o sea tomando únicamente (o, cuando menos, principalmente) esta lucha como punto de partida, basándose únicamente (o, cuando menos, principalmente) en esta lucha. Esta opinión es radicalmente falsa; y precisamente porque los economistas, furiosos por nuestra polémica con ellos, no quieren reflexionar con seriedad sobre el origen de nuestras discrepancias, y acabamos literalmente por no comprendernos, por hablar lenguas diferentes.

La conciencia política de clase no se le puede aportar al obrero más que desde el exterior, esto es, desde fuera de la lucha económica, desde fuera de la esfera de las relaciones entre obreros y patronos.

La única esfera en que se puede encontrar estos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y capas con el Estado y el gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta: "¿qué hacer para aportar a los obreros conocimientos políticos?", no se puede dar únicamente la respuesta con la que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados al trabajo práctico, sin hablar ya de los que se inclinan hacia el economismo, a saber: "Hay que ir a los obreros" Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército.

Si empleamos adrede esta formulación ruda y nos expresamos adrede de una forma simplificada y tajante, no es de ninguna manera por el placer de decir paradojas, sino para "hacer pensar" bien a los economistas en las tareas que de un modo imperdonable desdeñan, en la diferencia que existe entre la política tradeunionista y la política socialdemócrata, diferencia que no quieren comprender. Por eso, rogamos al lector que conserve su calma y nos siga atentamente hasta el final.

Tomemos como ejemplo el tipo del círculo socialdemócrata más difundido en estos últimos años y examinemos su actividad. "Está en contacto con los obreros" y se conforma con esto, editando hojas que flagelan los abusos que se cometen en las fábricas, la parcialidad del gobierno hacia los capitalistas, así como las violencias de la policía; en las reuniones que se celebran con los obreros, la conversación, ordinariamente, no se sale o casi no se sale del marco de estos mismos temas; las conferencias y las charlas sobre la historia del movimiento revolucionario, sobre la política interior y exterior de nuestro gobierno, sobre la evolución económica de Rusia y de Europa, sobre la situación de las distintas clases en la sociedad contemporánea, etc., son casos sumamente raros y nadie piensa en establecer y desenvolver sistemáticamente relaciones con las otras clases de la sociedad.

En el fondo, el ideal del militante, para los miembros de un tal círculo, se parece, en la mayoría de los casos, mucho más a un secretario de tradeunión que a un jefe político socialista. Pues el secretario de cualquier tradeunión, por ejemplo, inglesa, ayuda siempre a los obreros a sostener la lucha económica, organiza la denuncia de los abusos cometidos en las fábricas, explica la injusticia de las leyes y reglamentos que restringen la libertad de huelga y la libertad de colocar piquetes cerca de las fábricas (para anunciar que la huelga ha sido declarada), explica la parcialidad de los árbitros pertenecientes a las clases burguesas de la población, etc., etc. En una palabra, todo secretario de tradeunión sostiene y ayuda a sostener "la lucha económica contra los patronos y el gobierno".

Y nunca se insistirá bastante en que esto no es aún socialdemocratismo, que el ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario de tradeunión, sino el tribuno popular, que sabe reaccionar contra toda manifestación de arbitrariedad y de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea la capa o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todos estos hechos para trazar un cuadro de conjunto de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el menor detalle para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y a cada uno la importancia histórico-mundial de la lucha emancipadora del proletariado.

Comparad, por ejemplo, a hombres como Roberto Knight (conocido secretario y lider de la Unión de obreros caldereros, uno de los más poderosos sindicatos de Inglaterra) y Guillermo Liebknecht, y apliquémosles los contrastes enumerados por Martínov en la exposición de sus discrepancias con Iskra. Veréis que R. Knight - empiezo a repasar el artículo de Martínov - "ha exhortado" mucho más "a las masas a realizar acciones concretas determinadas" (pág. 39) y que G. Liebknecht se ha ocupado más de "enfocar desde un punto de vista revolucionario todo el régimen actual o sus manifestaciones aisladas" (págs. 38-39); que R. Knight "ha formulado las reivindicaciones inmediatas del proletariado e indicado los medios de satisfacerlas" (pág. 41) y que G. Liebknecht, sin dejar de hacer igualmente esto, no ha renunciado a "dirigir al mismo tiempo la enérgica actividad de los diferentes sectores oposicionistas", a "dictarles un programa positivo de acción"* (pág. 41); que R. Knight ha tratado precisamente de "imprimir, en la medida de lo posible, a la lucha económica misma un carácter político" (pág. 42) y que ha sabido perfectamente "formular al gobierno reivindicaciones concretas que prometian ciertos resultados tangibles" (pág. 43), en tanto que G. Liebknecht se ha ocupado mucho más, "en forma unilateral", de "denunciar los abusos" (pág. 40); que R. Knight ha concedido más importancia a la "marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris" (pág. 61), y Liebknecht, "a la propaganda de ideas brillantes y acabadas" (pág. 61); que Liebknecht ha hecho del periódico dirigido por él, precisamente, "un órgano de oposición revolucionaria que denuncia nuestro régimen, y sobre todo nuestro régimen político, en cuanto que está en pugna con los intereses de las capas más diversas de la población" (pág. 63), mientras que Knight "ha trabajado por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria" (pág. 63) - si se entiende por "estrecho contacto orgánico" ese culto de la espontaneidad que hemos analizado más arriba en los ejemplos de Krichevski y de Martínov - y ha "restringido la esfera de su influencia", convencido, naturalmente, como Martínov, de que "con ello se hacia más compleja esta influencia" (pág. 63). En una palabra, veréis que Martínov rebaja de facto la socialdemocracia al nivel de tradeunionismo, aunque, claro está, en modo alguno lo hace porque no quiera el bien de la socialdemocracia, sino simplemente porque se ha apresurado un poco a profundizar a Plejánov, en lugar de tomarse la molestia de comprenderlo.

Pero volvamos a nuestra exposición. El socialdemócrata, como hemos dicho, si es partidario, y no sólo de palabra, del desarrollo integral de la conciencia política del proletariado, debe "ir a todas las clases de la población". Surgen estas preguntas: ¿cómo hacerlo? ¿Tenemos fuerzas suficientes para ello? ¿Existe un terreno para este trabajo en todas las demás clases? Un trabajo semejante ¿no implicará abandono o no conducirá a que se abandone el punto de vista de clase? Examinemos estas cuestiones.

Debemos "ir a todas las clases de la población" como teóricos, como propagandistas, como agitadores y como organizadores. Nadie duda de que el trabajo teórico de los socialdemócratas debe orientarse hacia el estudio de todas las particularidades de la situación social y política de las diversas clases. Pero muy, muy poco se hace en este sentido, muy poco si se compara con la labor que se lleva a cabo para el estudio de las particularidades de la vida de las fábricas.

En los comités y en los círculos podemos encontrar gentes que se especializan en el estudio de algún ramo de la siderurgia, pero apenas si encontraréis ejemplos de miembros de las organizaciones que (obligados por una u otra razón, como sucede a menudo, a retirarse de la labor práctica) se ocupen especialmente de reunir materiales sobre alguna cuestión de actualidad de nuestra vida social y política que pudiera dar motivo para una labor socialdemócrata entre los otros sectores de la población.

Cuando se habla de la poca preparación de la mayor parte de los actuales dirigentes del movimiento obrero, no se puede dejar de mencionar también la preparación en este aspecto, pues está igualmente ligada a la concepción "economista" del "estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria".

Pero lo principal, evidentemente, es la propaganda y la agitación entre todas las capas de la población. Para el socialdemócrata de Europa occidental, esta labor la facilitan las reuniones y asambleas populares, a las cuales asisten todos los que lo desean; la facilita la existencia del Parlamento, en el que el representante socialdemócrata habla ante los diputados de todas las clases. En nuestro país no tenemos ni Parlamento ni libertad de reunión, pero sabemos, sin embargo, organizar reuniones con los obreros que quieren escuchar a un socialdemócrata. Del mismo modo, debemos saber organizar reuniones con los representantes de todas las clases de la población que deseen escuchar a un demócrata. Pues no es socialdemócrata el que olvida en la práctica que "los comunistas apoyan todo movimiento revolucionario"; que, por tanto, debemos exponer y subrayar nuestros objetivos democráticos generales ante todo el pueblo, sin ocultar ni por un instante nuestras convicciones socialistas. No es socialdemócrata el que olvida en la práctica que su deber consiste en ser el primero en plantear, en acentuar y en resolver toda cuestión democrática general.

"¡Pero si todo el mundo está de acuerdo con ello!" - nos interrumpirá el lector impaciente -, y las nuevas instrucciones a la redacción de Rabócheie.Dielo, aprobadas en el último Congreso de la "Unión", dicen claramente: "Deben servir de motivos para la propaganda y la agitación política todos los fenómenos y acontecimientos de la vida social y política que afecten al proletariado, sea directamente, como clase especial, sea como vanguardia de todas las fuerzas revolucionarias en la lucha por la libertad " (Dos congresos, pág. 17. Subrayado por mí). Estas son, en efecto, palabras muy justas y muy excelentes, y estaríamos enteramente satisfechos si Rabócheie Dielo las comprendiese, si no diese, al mismo tiempo, otras que las contradicen.

No basta titularse "vanguardia", destacamento avanzado: es preciso también obrar de suerte que todos los demás destacamentos vean y estén obligados a reconocer que marchamos a la cabeza. ¿Es que los representantes de los demás "destacamentos" son tan estúpidos que van a creernos "vanguardia" porque lo digamos?, preguntamos al lector. Figurémonos de manera concreta el siguiente cuadro.

El "destacamento" de radicales o de constitucionalistas liberales rusos ilustrados ve llegar a un socialdemócrata que les declara: Somos la vanguardia; "ahora nuestra tarea consiste en imprimir, en la medida de lo posible, un carácter político a la lucha económica misma". Todo radical o constitucionalista, por poco inteligente que sea (y entre los radicales y constitucionalistas rusos hay muchos hombres inteligentes), no podrá por menos de acoger con una sonrisa semejantes palabras y decir (para sus adentros, claro está, ya que en la mayoría de los casos es diplomático experimentado): "¡He aquí una 'vanguardia' bien simple! No comprende siquiera que es a nosotros, representantes avanzados de la democracia burguesa, a quienes corresponde la tarea de imprimir a la lucha económica misma de los obreros un carácter político. Somos nosotros quienes queremos, como todos los burgueses del Occidente de Europa, incorporar a los obreros a la política, pero precisamente sólo a la política tradeunionista y no a la política socialdemócrata. La política tradeunionista de la clase obrera es precisamente la política burguesa de la clase obrera. ¡Y la formulación que esta 'vanguardia' hace de su tarea es precisamente la formulación de la política tradeunionista! Así, pues, que se llamen cuanto quieran socialdemócratas. ¡Yo no soy un niño, no voy a enfadarme por una etiqueta! Pero que no se dejen llevar por esos nefastos dogmáticos ortodoxos, ¡que dejen la 'libertad de crítica' a los que arrastran inconscientemente a la socialdemocracia al cauce tradeunionista!"

Y la ligera sonrisa de nuestro constitucionalista se transformará en risa homérica, cuando sepa que los socialdemócratas que hablan de la vanguardia de la socialdemocracia, en el momento actual, cuando el elemento espontáneo prevalece casi absolutamente en nuestro movimiento, ¡temen más que nada "aminorar el elemento espontáneo", temen "aminorar la importancia de la marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris a expensas de la propaganda de ideas brillantes y acabadas", etc., etc.! ¡Una "vanguardia" que teme que lo consciente prevalezca sobre lo espontáneo, que teme propugnar un "plan" audaz que tenga que ser aceptado incluso por aquellos que piensan de otro modo! ¿No será que confunden el término vanguardia con el término retaguardia?

Reflexionad, en efecto, sobre el siguiente razonamiento de Martínov. En la página 40 declara que la táctica de denuncias de Iskra es unilateral; que, "por más que sembremos la desconfianza y el odio hacia el gobierno, no alcanzaremos nuestro objetivo mientras no logremos desarrollar una energía social suficientemente activa para el derrocamiento de aquél". He aquí, dicho sea entre paréntesis, la preocupación, que ya conocemos, de intensificar la actividad de las masas, tendiendo a la vez a restringir la suya propia. Pero no se trata ahora de esto. Como vemos, Martínov habla aquí de energía revolucionaria ("para el derrocamiento del gobierno") Mas ¿a qué conclusión llega? Como, en tiempo ordinario, las diversas capas sociales actúan inevitablemente en forma dispersa, "es claro, por tanto, que nosotros, socialdemócratas, no podemos simultáneamente dirigir la actividad enérgica de los diversos sectores de oposición, no podemos dictarles un programa positivo de acción, no podemos indicarles los procedimientos con que hay que luchar día tras día por defender sus intereses... Los sectores liberales se preocuparán ellos mismos de esta lucha activa por sus intereses inmediatos, lucha que les hará enfrentarse con nuestro régimen político" (pág. 41). De esta suerte, después de haber comenzado a hablar de energía revolucionaria, de lucha activa por el derrocamiento de la autocracia, ¡Martínov se desvía inmediatamente hacia la energía sindical, hacia la lucha activa por los intereses inmediatos! De suyo se comprende que no podemos dirigir la lucha de los estudiantes, de los liberales, etc., por sus "intereses inmediatos", ¡pero no era de esto de lo que se trataba, respetable economista! De lo que se trataba era de la participación posible y necesaria de las diferentes capas sociales en el derrocamiento de la autocracia, y esta "actividad enérgica de los diversos sectores de oposición" no sólo podemos, sino que debemos dirigirla sin falta si queremos ser la "vanguardia".

En cuanto a que nuestros estudiantes, nuestros liberales, etc. "se enfrenten con nuestro régimen político", no sólo se preocuparán ellos mismos de esto, sino que principalmente y ante todo se preocuparán la propia policía y los propios funcionarios del gobierno autocrático. Pero "nosotros", si queremos ser demócratas avanzados, debemos preocuparnos de sugerir a los que no están descontentos más que del régimen universitario o del zemstvo, etc., la idea de que es todo el régimen político el que es malo.

Nosotros debemos asumir la tarea de organizar la lucha política, bajo la dirección de nuestro Partido, en forma tan múltiple, que todos los sectores de la oposición puedan prestar y presten efectivamente a esta lucha, así como a nuestro Partido, la ayuda de que sean capaces. Nosotros debemos hacer de los militantes prácticos socialdemócratas jefes políticos que sepan dirigir todas las manifestaciones de esta lucha múltiple, que sepan, en el momento necesario, "dictar un programa positivo de acción" a los estudiantes en agitación, a los descontentos de los zemstvos, a los miembros indignados de las sectas, a los maestros lesionados en sus intereses, etc., etc. Por eso, es completamente falsa la afirmación de Martínov de que "no podemos desempenar con respecto a ellos más que el papel negativo de denunciadores del régimen...

Sólo podemos disipar sus esperanzas en las distintas comisiones gubernamentales" (subrayado por mí). Al decir esto, Martínov demuestra así que no comprende absolutamente nada del verdadero papel de una "vanguardia" revolucionaria. Y si el lector tiene esto en cuenta, comprenderá el verdadero sentido de las siguientes palabras de conclusión de Martínov: "Iskra es un órgano de oposición revolucionaria que denuncia nuestro régimen, y sobre todo nuestro régimen político, en cuanto que está en pugna con los intereses de los sectores más diversos de la población. Por lo que a nosotros se refiere, trabajamos y trabajaremos por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria. Al restringir la esfera de nuestra influencia, hacemos más compleja ésta" (pág. 63). El vertadero sentido de tal conclusión es: Iskra quiere elevar la política tradeunionista de la clase obrera (política a la cual, por equivocación, por falta de preparación o por convicción, se limitan tan frecuentemente entre nosotros los militantes dedicados al trabajo práctico) al nivel de la política socialdemócrata; en cambio Rabócheie Dielo quiere rebajar la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista. Y, como si esto fuera poco, asegura a todo el mundo que "estas dos posiciones son perfectamente compatibles en la obra común" (pág. 63). O, sancta simplicitas!

Prosigamos. ¿Tenemos fuerzas bastantes para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Naturalmente, sí. Nuestros economistas, que a menudo se inclinan a negarlo, olvidan los gigantescos progresos realizados por nuestro movimiento de 1894 (más o menos) a 1901. "Seguidistas" auténticos, a menudo tienen ideas propias del período, hace mucho tiempo fenecido, inicial del movimiento. Entonces, nuestras fuerzas eran realmente mínimas, entonces era natural y legítima la decisión de consagrarnos enteramente al trabajo entre los obreros y de condenar severamente toda desviación de esta línea, entonces la tarea estribaba por completo en consolidarnos en el seno de la clase obrera. Ahora, ha sido incorporada al movimiento una masa gigantesca de fuerzas; hacia nosotros vienen los mejores representantes de la nueva generación de las clases instruidas; por todas partes, en provincias, se ven obligadas a la inacción gentes que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento, que tienden hacia la socialdemocracia (mientras que, en 1894, los socialdemócratas rusos se podían contar con los dedos). Uno de los defectos fundamentales de nuestro movimiento, tanto desde el punto de vista político como desde el de organización, consiste en que no sabemos emplear todas estas fuerzas, asignarles el trabajo adecuado (hablaremos con más detalle sobre esta cuestión en el capítulo siguiente). La inmensa mayoría de dichas fuerzas está completamente privada de la posibilidad de "ir a los obreros"; por consiguiente, no puede ni hablarse del peligro de distraer fuerzas de nuestra labor fundamental. Y para suministrar a los obreros conocimientos políticos verdaderos, vivos, que abarquen todos los aspectos, es necesario que tengamos "hombres nuestros", socialdemócratas, en todas partes, en todas las capas sociales, en todas las posiciones que permiten conocer los resortes internos de nuestro mecanismo estatal. Y nos hacen falta estos hombres no solamente para la propaganda y la agitación, sino más aún para la organización.

¿Existe terreno para la actividad en todas las clases de la población? Los que no lo ven prueban una vez más que su conciencia está en retraso con respecto al movimiento ascensional espontáneo de las masas. Entre los unos, el movimiento obrero ha suscitado y suscita el descontento; entre los otros despierta la esperanza en el apoyo de la oposición; a otros les da conciencia de la sinrazón del régimen autocrático, de lo inevitable de su hundimiento. Pero sólo de palabra seríamos "políticos" y socialdemócratas (como muy a menudo ocurre, en efecto), si no tuviéramos conciencia de nuestro deber de utilizar todas las manifestaciones del descontento, reunir y elaborar todos los elementos de protesta, por embrionaria que sea. Dejemos ya a un lado el hecho de que la masa de millones de campesinos laboriosos, de artesanos, de pequeños artesanos, etc., escuchará siempre con avidez la propaganda de un socialdemócrata, a poco hábil que sea. Pero, ¿es que hay una sola clase de la población en que no haya individuos, grupos y círculos descontentos de la falta de derechos y de la arbitrariedad, y, por consiguiente, accesibles a la propaganda del socialdemócrata, como portavoz que es de las aspiraciones democráticas generales más urgentes? A los que quieran formarse una idea concreta de esta agitación política del socialdemócrata en todas las clases y capas de la población, les indicaremos la denuncia de los abusos políticos, en el sentido amplio de la palabra, como el principal (pero, naturalmente, no el único) medio de esta agitación.

Debemos - escribía yo en el artículo "¿Por dónde empezar?" (Iskra, núm. 4, mayo de 1901), del que tendremos que hablar minuciosamente más abajo - despertar en todas las capas del pueblo que tengan un mínimo de conciencia la pasión por las denuncias políticas.

No debe asustarnos el hecho de que las voces que denuncian políticamente sean ahora tan débiles, raras y tlmidas. La razón de este hecho no es, ni mucho menos, una resignación general con la arbitrariedad policíaca. La razón está en que las personas capaces de denunciar y dispuestas a hacerlo no tienen una tribuna para hablar desde ella, no tienen un auditorio que escuche ávidamente y anime a los oradores, no ven por parte alguna en el pueblo una fuerza que merezca la pena de dirigirle una queja contra el "todopoderoso" gobierno ruso...

Ahora, podemos y debemos crear una tribuna para denunciar ante todo el pueblo al gobierno zarista: esa tribuna tiene que ser un periódico socialdemócrata"


1917 - 7 de Noviembre - 2008

Aniversario de la Revolución Bolchevique

Hace 91 años, los "soviets" rusos (consejos de obreros, campesinos y soldados) tomaban el cielo por asalto. La primera Revolución Socialista triunfante cambiaría la historia del mundo. Su principal dirigente, Vladimir Ilich Uliánov, "Lenin", ha dejado un importante legado teórico para quienes siguen luchando para terminar con la explotación del hombre por el hombre.

Proponemos rescatar a Lenin del nada casual "olvido" al que intentan someterlo. El texto que hoy reproducimos fue escrito en el año 1913, y publicado por primera vez en Pravda Trudá, el 12 de septiembre de ese año. Como toda su producción teórica, mantiene una absoluta vigencia.


V. I. Lenin

Marxismo y reformismo

Lenin18A diferencia de los anarquistas, los marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los trabajadores que no lesionan el poder, dejándolo como estaba, en manos de la clase dominante. Pero, a la vez, los marxistas combaten con la mayor energía a los reformistas, los cuales circunscriben directa o indirectamente los anhelos y la actividad de la clase obrera a las reformas. El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital.

Cuando la burguesía liberal concede reformas con una mano, siempre las retira con la otra, las reduce a la nada o las utiliza para subyugar a los obreros, para dividirlos en grupos, para eternizar la esclavitud asalariada de los trabajadores. Por eso el reformismo, incluso cuando es totalmente sincero, se transforma de hecho en un instrumento de la burguesía para corromper a los obreros y reducirlos a la impotencia. La experiencia de todos los países muestra que los obreros han salido burlados siempre que se han confiado a los reformistas.

Por el contrario, si los obreros han asimilado la doctrina de Marx, es decir, si han comprendido que es inevitable la esclavitud asalariada mientras subsista el dominio del capital, no se dejarán engañar por ninguna reforma burguesa. Comprendiendo que, al mantenerse el capitalismo, las reformas no pueden ser ni sólidas ni importantes, los obreros pugnan por obtener mejoras y las utilizan para proseguir la lucha, más tesonera, contra la escalvitud asalariada. Los reformistas pretenden dividir y engañar con algunas dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha de clase. Los obreros, que han comprendido la falsedad del reformismo, utilizan las reformas para desarrollar y ampliar su lucha de clase.

Cuanto mayor es la influencia de los reformistas en los obreros, tanto menos fuerza tiene éstos, tanto más dependen de la burguesía y tanto más fácil le es a esta última anular con diversas artimañas el efecto de las reformas. Cuanto más independiente y profundo es el movimiento obrero, cuanto más amplio es por sus fines, más desembarazado se ve de la estrechez del reformismo y con más facilidad consiguen los obreros afianzar y utilizar ciertas mejoras.

Reformistas hay en todos los países, pues la burguesía trata por doquier de corromper de uno u otro modo a los obreros y hacer de ellos esclavos satisfechos que no piensen en destruir la esclavitud. En Rusia, los reformistas son los liquidadores, que renuncian a nuestro pasado para adormecer a los obreros con ilusiones en un partido nuevo, abierto y legal. No hace mucho, obligados por Siévernaya Pravda, los liquidadores de San Petersburgo comenzaron a defenderse de la acusación de reformismo. Es preciso detenerse a examinar con atención sus razonamientos para dejar bien clara uba cuestión de extraordinaria importancia.

No somos reformistas -escribían los liquidadores petersburgueses-, porque no hemos dicho que las reformas lo sean todo y que el objetivo final no sea nada; hemos dicho: movimiento hacia el objetivo final; hemos dicho: a través de la lucha por las reformas, hacia la realización plena de las tareas planteadas.

Veamos si esta defensa corresponde a la verdad.

Hecho primero. Resumiendo las afirmaciones de todos los liquidadores, el liquidador Sedov ha escrito que dos de "las tres ballenas" presentadas por los marxistas no sirven hoy para la agitación. Ha dejado la jornada de ocho horas, que, teóricamente, es factible como reforma. Ha suprimido o relegado precisamente lo que no cabe en el marco de las reformas. Por consiguiente, ha incurrido en el oportunismo más palmario, preconizando ni más ni menos que la política expresada por la fórmula de que el objetivo final no es nada. Eso es justamente reformismo, ya que el "objetivo final" (aunque sólo sea con relación a la democracia) se aparta bien lejos de la agitación.

Hecho segundo. La decantada conferencia de agosto (del año pasado) de los liquidadores también pospone -reservándolas para un caso especial- las reivindicaciones no reformistas, en vez de sacarlas a primer plano y colocarlas en el centro mismo de la agitación.

Hecho tercero. Al negar y rebajar "lo viejo", queriéndose desentender de ello, los liquidadores se limitan al reformismo. En las actuales circunstancias es evidente la conexión entre el reformismo y la renuncia a "lo viejo".

Hecho cuarto. El movimiento económico de los obreros provoca la ira y las alharacas de los liquidadores ("pierden los estribos", "no hacen más que amagar", etc., etc.), toda vez que se vincula con consignas que van más allá del reformismo.

¿Qué vemos en definitiva? De palabra, los liquidadores rechazan el reformismo como tal, pero de hecho lo aplican en toda la línea. Por una parte nos aseguran que para ellos las reformas no son todo, ni mucho menos; mas, por otra, siempre que los marxistas van en la práctica más allá del reformismo, se ganan las invectivas o el menosprecio de los liquidadores.

Por cierto, lo que ocurre en todos los terrenos del movimiento obrero nos muestra que los marxistas, lejos de quedarse a la zaga, van muy por delante en lo que se refiere a la utilización práctica de las reformas y a la lucha por las reformas. Tomemos las elecciones a la Duma por la curia obrera: los discursos pronunciados por los diputados dentro y fuera de la Duma, la organización de periódicos obreros, el aprovechamiento de la reforma de los seguros, el sindicato metalúrgico, uno de los más importantes, etc., y veremos por doquier un predominio de los obreros marxistas sobre los liquidadores en la esfera de la labor directa, inmediata y "diaria" de agitación, organización y lucha por las reformas y su aprovechamiento.

Los marxistas realizan una labor constante sin perder una sola "posibilidad" de conseguir reformas y utilizarlas, sin censurar, antes bien apoyando y desarrollando con solicitud cualquier actividad que vaya más allá del reformismo tanto en la propaganda como en la agitación, en las acciones económicas de masas, etc. Mientras tanto, los liquidadores, que han abandonado el marxismo, no hacen con sus ataques a la existencia misma de un marxismo monolítico, con su destrucción de la disciplina marxista y con su prédica del reformismo y de la política obrera liberal más que desorganizar el movimiento obrero.

Tampoco se debe olvidar que el reformismo se manifiesta en Rusia de una forma peculiar, a saber: en la equiparación de las condiciones fundamentales de la situación política de la Rusia actual y de la Europa actual. Desde el punto de vista de un liberal, esta equiparación es legítima, pues el liberal cree y confiesa que, "gracias a Dios, tenemos Constitución". El liberal expresa los intereses de lo burguesía cuando defiende la idea de que, después del 17 de octubre, toda acción de la democracia que vaya más allá del reformismo es una locura, un crimen, un pecado, etc.

Pero precisamente estas ideas burguesas son las que ponen en práctica nuestros liquidadores, que "trasplantan" sin cesar y con regularidad (en el papel) a Rusia tanto el "partido a la vista de todos" como la "lucha por la legalidad", etc. Con otras palabras, los liquidadores preconizan, a semejanza de los liberales, el trasplante de una Constitución europea a Rusia sin reparar en el camino peculiar que condujo en Occidente a la proclamación y afianzamiento de las constituciones durante varias generaciones y, a veces, incluso siglos. Los liquidadores y los liberales quieren, como suele decirse, pescar truchas a bragas enjutas.

En Europa, el reformismo significa en la práctica renuncia al marxismo y sustitución de esta doctrina por la "política social" burguesa. En nuestro país, el reformismo de los liquidadores implica, además de eso, desmoronamiento de la organización marxista, renuncia a las tareas democráticas de la clase obrera y sustitución de éstas con una política obrera liberal.


lenin01V. I. LENIN

EL ESTADO Y LA REVOLUCION

(Capitulo I)

LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO


1. EL ESTADO, PRODUCTO DEL CARACTER IRRECONCILIABLE DE LAS CONTRADICCIONES DE CLASE

Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola.

En semejante "arreglo" del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los portunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy - ¡bromas aparte! - "marxistas". Y cada vez con mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx "nacional-alemán" que, según ellos, educó estas asociaciones obreras tan magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiñal!

Ante esta situación, ante la inaudita difusión de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado. Para esto es necesario citar toda una serie de pasajes largos de las obras mismas de Marx y Engels. Naturalmente, las citas largas hacen la exposición pesada y en nada contribuyen a darle un carácter popular. Pero es de todo punto imposible prescindir de ellas. No hay más remedio que citar del modo más completo posible todos los pasajes, o, por lo menos, todos los pasajes decisivos, de las obras de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, para que el lector pueda formarse por su cuenta una noción del conjunto de las ideas de los fundadores del socialismo científico y del desarrollo de estas ideas, así como también para probar documentalmente y patentizar con toda claridad la tergiversación de estas ideas por el "kautskismo" hoy imperante.

Comencemos por la obra más conocida de F. Engels: "El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado", de la que ya en 1894 se publicó en Stuttgart la sexta edición. Conviene traducir las citas de los originales alemanes, pues las traducciones rusas, con ser tan numerosas, son en gran parte incompletas o están hechas de un modo muy defectuoso.

"El Estado - dice Engels, resumiendo su análisis histórico - no es, en modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la sociedad; ni es tampoco 'la realidad de la idea moral', 'la imagen y la realidad de la razón', como afirma Hegel. El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del 'orden'. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado" (págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana).

Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo en punto a la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado. El Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase.

El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables. En torno a este punto importantísimo y cardinal comienza precisamente la tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue dos direcciones fundamentales.

De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen las contradicciones de clase y la lucha de clases, "corrigen" a Marx de manera que el Estado resulta ser el órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases. Para los profesores y publicistas mezquinos y filisteos - ¡que invocan a cada paso en actitud benévola a Marx! - resulta que el Estado es precisamente el que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del "orden" que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores.

Por ejemplo, en la revolución de 1917, cuando la cuestión de la significación y del papel del Estado se planteó precisamente en toda su magnitud, en el terreno práctico, como una cuestión de acción inmediata, y además de acción de masas, todos los socialrevolucionarios y todos los mencheviques cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa de la "conciliación" de las clases "por el Estado". Hay innumerables resoluciones y artículos de los políticos de estos dos partidos saturados de esta teoría mezquina y filistea de la "conciliación".

Que el Estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta democracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender, La actitud ante el Estado es uno de los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios y mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los bolcheviques, siempre hemos demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista.

De otra parte, la tergiversación "kautskiana" del marxismo es bastante más sutil. "Teóricamente", no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que "se divorcia cada vez más de la sociedad", es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel "divorcio". Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara por si misma, con la precisión más completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión es precisamente - como expondremos con todo detalle en las páginas siguientes- la que Kautsky ... ha "olvidado" y falseado.

2. LOS DESTACAMENTOS ESPECIALES DE FUERZAS ARMADAS, LAS CARCELES, ETC.

"En comparación con las antiguas organizaciones gentilicias (de tribu o de clan) - prosigue Engels -, el Estado se caracteriza, en primer lugar, por la agrupación de sus súbditos según las divisiones territoriales"… A nosotros, esta agrupación nos parece 'natural', pero ella exigió una larga lucha contra la antigua organización en 'gens' o en tribus.

"La segunda caracteristica es la instauración de un Poder público, que ya no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como fuerza armada. Este Poder público especial hácese necesario porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población. Este Poder público existe en todo Estado; no está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía..."

Engels desarrolla la noción de esa "fuerza" a que se da el nombre de Estado, fuerza que brota de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente, esta fuerza? En destacamentos especiales de hombres armados, que tienen a su disposición cárceles y otros elementos.

Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hombres armados, pues el Poder público propio de todo Estado "no coincide directamente" con la población armada, con su "organización armada espontánea".

Como todos los grandes pensadores revolucionarios, Engels se esfuerza en dirigir la atención de los obreros conscientes precisamente hacia aquello que el filisteísmo dominante considera como lo menos digno de atención, como lo más habitual, santificado por prejuicios no ya sólidos, sino podríamos decir que petrificados El ejército permanente y la policía son los instrumentos fundamentales de la fuerza del Poder del Estado. Pero ¿puede acaso ser de otro modo?

Desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los europeos de fines del siglo XIX, a quienes se dirigía Engels y que no habían vivido ni visto de cerca ninguna gran revolución, esto no podía ser de otro modo. Para ellos, era completamente incomprensible esto de una "organización armada espontánea de la población". A la pregunta de por qué ha surgido la necesidad de destacamentos especiales de hombres armados (policía y ejército permanente) situados por encima de la sociedad y divorciados de ella, el filisteo del Occidente de Europa y el filisteo ruso se inclinaban a contestar con un par de frases tomadas de prestado de Spencer o de Mijailovski, remitiéndose a la complejidad de la vida social, a la diferenciación de funciones, etc.

Estas referencias parecen "científicas" y adormecen magníficamente al filisteo, velando lo principal y fundamental: la división de la sociedad en clases enemigas irreconciliables.

Si no existiese esa división, la "organización armada espontánea de la población" se diferenciaría por su complejidad, por su elevada técnica, etc., de la organización primitiva de la manada de monos que manejan el palo, o de la del hombre prehistórico, o de la organización de los hombres agrupados en la sociedad del clan; pero semejante organización sería posible.

Si es imposible, es porque la sociedad civilizada se halla dividida en clases enemigas, y además irreconciliablemente enemigas, cuyo armamento "espontáneo" conduciría a la lucha armada entre ellas. Se forma el Estado, se crea una fuerza especial, destacamentos especiales de hombres armados, y cada revolución, al destruir el aparato del Estado, nos indica bien visiblemente cómo la clase dominante se esfuerza por restaurar los destacamentos especiales de hombres armados a su servicio, cómo la clase oprimida se esfuerza en crear una nueva organización de este tipo, que sea capaz de servir no a los explotadores, sino a los explotados.

En el pasaje citado, Engels plantea teóricamente la misma cuestión que cada gran revolución plantea ante nosotros prácticamente de un modo palpable y, además, sobre un plano de acción de masas, a saber: la cuestión de las relaciones mutuas entre los destacamentos "especiales" de hombres armados y la "organización armada espontánea de la población". Hemos de ver cómo ilustra de un modo concreto esta cuestión la experiencia de las revoluciones europeas y rusas.

Pero volvamos a la exposición de Engels.

Engels señala que, a veces, por ejemplo, en algunos sitios de Norteamérica, este Poder público es débil (se trata aquí de excepciones raras dentro de la socíedad capitalista y de aquellos sitios de Norteamérica en que imperaba, en el período preimperialista, el colono libre), pero que, en términos generales, se fortalece: "...Este Poder público se fortalece a medida que los antagonismos de clase se agudizan dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los Estados colindantes; basta fijarse en nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y el pugilato de conquistas han encumbrado al Poder público a una altura en que amenaza con devorar a toda la sociedad y hasta al mismo Estado".

Esto fue escrito no más tarde que a comienzos de la década del 90 del siglo pasado. El último prólogo de Engels lleva la fecha del 16 de junio de 1891. Por aquel entonces, comenzaba apenas en Francia, y más tenuemente todavía en Norteamérica y en Alemania, el viraje hacia el imperialismo, tanto en el sentido de la dominación completa de los trusts, como en el sentido de la omnipotencia de los grandes bancos, en el sentido de una grandiosa política colonial, etc. Desde entonces, el "pugilato de conquistas" ha experimentado un avance gigantesco, tanto más cuanto que a comienzos de la segunda década del siglo XX el planeta ha resultado estar definitivamente repartido entre estos "conquistadores en pugilato", es decir, entre las grandes potencias rapaces. Desde entonces, los armamentos terrestres y marítimos han crecido en proporciones increíbles, y la guerra de pillaje de 1914 a 1917 por la dominación de Inglaterra o Alemania sobre el mundo, por el reparto del botín, ha llevado al borde de una catástrofe completa la "absorción" de todas las fuerzas de la sociedad por un Poder estatal rapaz.

Ya en 1891, Engels supo señalar el "pugilato de conquistas" como uno de los más importantes rasgos distintivos de la política exterior de las grandes potencias. ¡Y los canallas socialchovinistas de los años 1914-1917, en que precisamente este pugilato, agudizándose más y más, ha engendrado la guerra imperialista, encubren la defensa de los intereses rapaces de "su" burguesía con frases sobre la "defensa de la patria", sobre la "defensa de la república y de la revolución" y con otras frases por el estilo!

3. EL ESTADO, ARMA DE EXPLOTACION DE LA CLASE OPRIMIDA

Para mantener un Poder público aparte, situado por encima de la sociedad, son necesarios los impuestos y las deudas del Estado.

"Los funcionarios, pertrechados con el Poder público y con el derecho a cobrar impuestos, están situados - dice Engels -, como órganos de la sociedad, por encima de la sociedad. A ellos ya no les basta, aun suponiendo que pudieran tenerlo, con el respeto libre y voluntario que se les tributa a los órganos del régimen gentilicio..."  Se dictan leyes de excepción sobre la santidad y la inviolabilidad de los funcionarios. "El más despreciable polizonte" tiene más "autoridad" que los representantes del clan; pero incluso el jefe del poder militar de un Estado civilizado podría envidiar a un jefe de clan por "el respeto espontáneo" que le profesaba la sociedad.

Aquí se plantea la cuestión de la situación privilegiada de los funcionarios como órganos del Poder del Estado. Lo fundamental es saber: ¿qué los coloca por encima de la sociedad? Veamos cómo esta cuestión teórica fue resuelta prácticamente por la Comuna de París en 1871 y cómo la esfumó reaccionariamente Kautsky en 1912:

"Como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida..."

No fueron sólo el Estado antiguo y el Estado feudal órganos de explotación de los esclavos y de los campesinos siervos y vasallos: también "el moderno Estado representativo es instrumento de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sin embargo, excepcionalmente, hay períodos en que las clases en pugna se equilibran hasta tal punto, que el Poder del Estado adquiere momentáneamente, como aparente mediador, una cierta independencia respecto a ambas"...

Tal aconteció con la monarquía absoluta de los siglos XVII y XVIII, con el bonapartismo del primero y del segundo Imperio en Francia, y con Bismarck en Alemania. Y tal ha acontecido también - agregamos nosotros - con el gobierno de Kerenski, en la Rusia republicana, después del paso a las persecuciones del proletariado revolucionario, en un momento en que los Soviets, como consecuencia de hallar se dirigidos por demócratas pequeñoburgueses, son ya impotentes, y la burguesía no es todavía lo bastante fuerte para disolverlos pura y simplemente.

En la república democrática - prosigue Engels - "la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro", y lo ejerce, en primer lugar, mediante la "corrupción directa de los funcionarios" (Norteamérica), y, en segundo lugar, mediante la "alianza del gobierno con la Bolsa" (Francia y Norteamérica).En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los Bancos han "desarrollado", hasta convertirlos en un arte extraordinario, estos dos métodos adecuados paradefender y llevar a la práctica la omnipotencia de la riqueza en las repúblicas democráticas, sean cuales fueren. Si, por ejemplo, en los primeros meses de la república democrática rusa, en los meses que podemos llamar de la luna de miel de los "socialistas" - socialrevolucionarios y mencheviques - con la burguesía, en el gobierno de coalición, el señor Palchinski saboteó todas las medidas de restricción contra los capitalistas y sus latrocinios, contra sus actos de saqueo en detrimento del fisco mediante los suministros de guerra, y si, al salir del ministerio, el señor Palchinski (sustituido, naturalmente, por otro Palchinski exactamente igual) fue "recompensado" por los capitalistas con un puestecito de 120.000 rublos de sueldo al año, ¿qué significa esto? ¿Es un soborno directo o indirecto? ¿Es una alianza del gobierno con los consorcios o son "solamente" lazos de amistad? ¿Qué papel desempeñan los Chernov y los Tsereteli, los Avkséntiev y los Skóbelev? ¿El de aliados "directos" o solamente indirectos de los millonarios malversadores de los fondos públicos?

La omnipotencia de la "riqueza" es más segura en las repúblicas democráticas, porque no depende de la mala envoltura política del capitalismo. La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar (a través de los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y Cía.) esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su Poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa, hace vacilar este Poder.Hay que advertir, además, que Engels, con la mayor precisión, llama al sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El sufragio universal, dice Engels, sacando evidentemente las enseñanzas de la larga experiencia de la socialdemocracia alemana, es "el índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede ser más ni será nunca más, en el Estado actual".

Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo de nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, y sus hermanos carnales, todos los socialchovinistas y oportunistas de la Europa occidental, esperan, en efecto, "más" del sufragio universal. Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio universal es, "en el Estado actual ", un medio capaz de expresar realmente la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad práctica.

Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea mentirosa, poner de manifiesto que esta afirmación de Engels completamente clara, precisa y concreta, se falsea a cada paso en la propaganda y en la agitación de los partidos socialistas "oficiales" (es decir, oportunistas). Una explicación minuciosa de toda la falsedad de esta idea, rechazada aquí por Engels, la encontraremos más adelante, en nuestra exposición de los puntos de vista de Marx y Engels sobre el Estado "actual ".

En la más popular de sus obras, Engels traza el resumen general de sus puntos de vista en los siguientes términos:

"Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del Poder estatal. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos acercamos con paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre e igual de productores, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antiguedades, junto a la rueca y al hacha de bronce".

No se encuentra con frecuencia esta cita en las obras de propaganda y agitación de la socialdemocracia contemporánea. Pero incluso cuando nos encontramos con ella es, casi siempre, como si se hiciesen reverencias ante un icono; es decir, para rendir un homenaje oficial a Engels, sin el menor intento de analizar qué amplitud y profundidad revolucionarias supone esto de "enviar toda la máquina del Estado al museo de antiguedades". No se ve, en la mayoría de los casos, ni siquiera la comprensión de lo que Engels llama la máquina del Estado.

4. LA "EXTINCION" DEL ESTADO Y LA REVOLUCION VIOLENTA

Las palabras de Engels sobre la "extinción" del Estado gozan de tanta celebridad y se citan con tanta frecuencia, muestran con tanto relieve dónde está el quid de la adulteración corriente del marxismo por la cual éste es adaptado al oportunismo, que se hace necesario detenerse a examinarlas detalladamente. Citaremos todo el pasaje donde figuran estas palabras:

"El proletariado toma en sus manos el Poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Pero con este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y, con ello mismo, el Estado como tal. La sociedad hasta el presente, movida entre los antagonismos de clase, ha necesitado del Estado, o sea de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y por tanto, particularmente para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente. El Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un cuerpo social visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su época representaba a toda la sociedad: en la antigüedad era el Estado de los ciudadanos esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener en la opresión; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habra ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión, el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será 'abolido'; se extingue. Partiendo de esto es como hay que juzgar el valor de esa frase sobre el 'Estado popular libre' en lo que toca a su justificación provisional como consigna de agitación y en lo que se refiere a su falta absoluta de fundamento científico. Partiendo de esto es también como debe ser considerada la exigencia de los llamados anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana" ("Anti-Dühring " o "La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring", págs. 301-303 de la tercera edición alemana).

Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx, "se extingue", a diferencia de la doctrina anarquista de la "abolición" del Estado. Truncar así el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta "interpretación" no queda en pie más que una noción confusa de un cambio lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar de "extinción" del Estado, en un sentido corriente, generalizado, de masas, si cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si no a negar, la revolución.

Además, semejante "interpretación" es la más tosca tergiversación del marxismo, tergiversación que sólo favorece a la burguesía y que descansa teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas que se indican, por ejemplo, en el "resumen" contenido en el pasaje de Engels, citado aquí por nosotros en su integridad.

En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasaje que, al tomar el Poder del Estado, el proletariado "destruye, con ello mismo, el Estado como tal". "No es uso" pararse a pensar qué significa esto. Lo corriente es ignorarlo en absoluto o considerarlo algo así como una "debilidad hegeliana" de Engels. En realidad, en estas palabras se expresa concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la cual hablaremos detalladamente en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de la "destrucción" del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se "extingue", según Engels, sino que "es destruido" por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario.

En segundo lugar, el Estado es una "fuerza especial de represión". Esta magnífica y profundísima definición de Engels es dada aquí por éste con la más completa claridad. Y de ella se deduce que la "fuerza especial de represión" del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un puñado de ricachos, debe sustituirse por una "fuerza especial de represión" de la burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En esto consiste precisamente la "destrucción del Estado como tal". En esto consiste precisamente el "acto" de la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una "fuerza especial" (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no puede operarse, en modo alguno, bajo la forma de "extinción".

En tercer lugar, Engels, al hablar de la "extinción" y - con frase todavía más plástica y colorida - del "adormecimiento" del Estado, se refiere con absoluta claridad y precisión a la época posterior a la "toma de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la sociedad", es decir, posterior a a la revolución socialista.

Todos nosotros sabemos que la forma política del "Estado", en esta época, es la democracia más completa. Pero a ninguno de los oportunistas que tergiversan desvergonzadamente el marxismo se le viene a las mientes la idea de que, por consiguiente, Engels hable aquí del "adormecimiento" y de la "extinción" de la democracia. Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto sólo es "incomprensible" para quien no haya comprendido que la democracia también es un Estado y que, consiguientemente, la democracia también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser "destruido" por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia, sólo puede "extinguirse".

En cuarto lugar, al establecer su notable tesis de la "extinción del Estado", Engels declara a renglón seguido, de un modo concreto, que esta tesis se dirige tanto contra los oportunistas, como contra los anarquistas. Además, Engels coloca en primer plano la conclusión que, derivada de su tesis sobre la "extinción del Estado", se dirige contra los oportunistas.

Podría apostarse que de diez mil hombres que hayan leído u oído hablar acerca de la "extinción" del Estado, nueve mil novecientos noventa no saben u olvidan en absoluto que Engels no dirigió solamente contra los anarquistas sus conclusiones derivadas de esta tesis. Y de las diez personas restantes, lo más probable es que nueve no sepan qué es el "Estado popular libre" y por qué el atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas.

¡Así se escribe la Historia! Así se adapta de un modo imperceptible la gran doctrina revolucionaria al filisteísmo dominante. La conclusión contra los anarquistas se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se ha inculcado en las cabezas del modo más simplificado, ha adquirido la solidez de un prejuicio. ¡Pero la conclusión contra los oportunistas la han esfumado y "olvidado"!

El "Estado popular libre" era una reivindicación programática y una consigna corriente de los socialdemócratas alemanes en la década del 70. En esta consigna no hay el menor contenido político, fuera de una filistea y enfática descripción de la noción de democracia. Engels estaba dispuesto a "justificar", "por el momento", esta consigna desde el punto de vista de la agitación, por cuanto con ella se insinuaba legalmente la república democrática. Pero esta consigna era oportunista, porque expresaba no sólo el embellecimiento de la democracia burguesa, sino también la incomprensión de la crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una "fuerza especial para la represión" de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular. Marx y Engels explicaron esto reiteradamente a sus camaradas de partido en la década del 70.

En quinto lugar, en esta misma obra de Engels, de la que todos citan el pasaje sobre la extinción del Estado, se contiene un pasaje sobre la importancia de la revolución violenta. El análisis histórico de su papel lo convierte Engels en un verdadero panegírico de la revolución violenta. Esto "nadie lo recuerda". Sobre la importancia de este pensamiento, no es uso hablar ni siquiera pensar en los partidos socialistas contemporáneos estos pensamientos no desempeñan ningún papel en la propaganda ni en la agitación cotidianas entre las masas. Y, sin embargo, se hallan indisolublemente unidos a la "extinción" del Estado y forman con ella un todo armónico.

He aquí el pasaje de Engels:

"...De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además del de agente del mal], un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; de que la violencia es el instrumento con la ayuda del cual el movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y fosilizadas, de todo eso no dice una palabra el señor Dühring. Sólo entre suspiros y gemidos admite la posibilidad de que para derrumbar el sistema de explotación sea necesaria acaso la violencia, desgraciadamente, afirma, pues el empleo de la misma, según él, desmoraliza a quien hace uso de ella. ¡Y esto se dice, a pesar del gran avance moral e intelectual, resultante de toda revolución victoriosa! Y esto se dice en Alemania, donde la colisión violenta que puede ser impuesta al pueblo tendría, cuando menos, la ventaja de destruir el espíritu de servilismo que ha penetrado en la conciencia nacional como consecuencia de la humillación de la Guerra de los Treinta años. ¿Y estos razonamientos turbios, anodinos, impotentes, propios de un párroco rural, se pretende imponer al partido más revolucionario de la historia?" (Lugar citado, pág. 193, tercera edición alemana, final del IV capítulo, II parte).

¿Cómo es posible conciliar en una sola doctrina este panegírico de la revolución violenta, presentado con insistencia por Engels a los socialdemócratas alemanes desde 1878 hasta 1894, es decir, hasta los últimos días de su vida, con la teoría de la "extinción" del Estado?

Generalmente se concilian ambos pasajes con ayuda del eclecticismo, desgajando a capricho (o para complacer a los detentadores del Poder), sin atenerse a los principios o de un modo sofístico, ora uno ora otro argumento y haciendo pasar a primer plano, en el noventa y nueve por ciento de los casos, si no en más, precisamente la tesis de la "extinción". Se suplanta la dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más usual y más generalizada ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de nuestros días. Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de nuevo; pueden observarse incluso en la historia de la filosofía clásica griega. Con la suplantación del marxismo por el oportunismo, el eclecticismo presentado como dialéctica engaña más fácilmente a las masas, les da una aparente satisfacción, parece tener en cuenta todos los aspectos del proceso, todas las tendencias del desarrollo, todas las influencias contradictorias, etc., cuando en realidad no da ninguna noción completa y revolucionaria del proceso del desarrollo social.

Ya hemos dicho más arriba, y demostraremos con mayor detalle en nuestra ulterior exposición, que la doctrina de Marx y Engels sobre el carácter inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Este no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la "extinción", sino sólo, por regla general, mediante la revolución violenta. El panegírico que dedica Engels a ésta, y que coincide plenamente con reiteradas manifestaciones de Marx (recordaremos el final de "Miseria de la Filosofía" y del "Manifiesto Comunista" con la declaración orgullosa y franca sobre el carácter inevitable de la revolución violenta; recordaremos la crítica del Programa de Gotha, en 1875, cuando ya habían pasado casi treinta años, y en la que Marx fustiga implacablemente el oportunismo de este programa), este panegírico no tiene nada de "apasionamiento", nada de declamatorio, nada de arranque polémico. La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las corrientes socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se manifiesta con singular relieve en el olvido por unos y otros de esta propaganda, de esta agitación.

La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta.

La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo Estado, sólo es posible por medio de un proceso de "extinción".

Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto, estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las enseñanzas sacadas de la experiencia de cada revolución. Y esta parte de su doctrina, que es, incuestionablemente, la más importante, es la que pasamos a analizar.


"Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”.

Rodolfo Walsh, ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), 1976


No hay comentarios. :

Publicar un comentario