EDITORIAL DEL DOMINGO 7 DE SETIEMBRE DE 2008
Un amigo nos acerca un viejo material bibliográfico, Crónicas de las Naciones Unidas, del año 1983. En la página dedicada a Ciencia, tecnologías y derechos humanos, leemos lo siguiente: “Durante el siglo XIX y a principios del XX, se suponía por lo común que los progresos científicos eran inevitablemente favorables al progreso humano. No se preveía ningún conflicto fundamental entre ambos. Sin embargo, los acontecimientos posteriores y en particular la devastación ocasionada por dos guerras mundiales han suscitado dudas en cuanto a la existencia de una alianza inevitable entre el adelanto científico y el progreso humano. Se ha ido comprendiendo cada vez mejor que, si bien es posible que el conocimiento científico en sí sea neutral, gran parte de él puede ser aplicado en formas perjudiciales para la humanidad”. Y continúa el documento de perspectivas de las Naciones Unidas: “Ese perjuicio puede hacerse a sabiendas, persiguiendo objetivos a los que se atribuye una importancia superior, o sin saberlo, debido a la falta de conocimientos sobre las consecuencias o los efectos secundarios”.
Esos escritos tienen 25 años, exactamente. No se había producido todavía la catástrofe de Bophal, un crimen corporativo espantoso que ocurrió en diciembre de 1984 en la India. Tampoco había ocurrido la tragedia que implicó la explosión de un reactor nuclear en Chernobyl, Ucrania, ex URSS, que fuera en el año 1986. Lo mismo, el derrame de petróleo de Exxon Valdez en Alazka, ocurrido en marzo de 1989. Los sueños de la razón engendran monstruos escribió Goya en uno de sus aguafuertes y en esos años ochenta la política de Ronald Reagan, condujo a la aprobación de las primeras semillas transgénicas, pese a las contraindicaciones de los propios técnicos de la FDA, la Food & Drug Administration, el órgano encargado de aprobar medicamentos y alimentos, y se lo hizo en razón de intereses de la industria biotecnológica y como una cuestión de Seguridad Nacional de los EEUU. En simultáneo, empresas como Monsanto lanzaron la campaña de que, tan sólo las semillas transgénicas podrían paliar el hambre en el mundo.
Han transcurrido algunos años desde entonces, pese a todas las previsiones, la contaminación y la inseguridad se han hecho pavorosas y aún peor, se han naturalizado, mientras el cambio climático y la desaparición acelerada de los casquetes polares anticipan situaciones de extremo riesgo para la vida del planeta. La producción de granos y los intercambios globales se han multiplicado, no obstante el hambre en el mundo es una realidad insoslayable que domina vastas regiones no tan solo del alguna vez llamado tercer mundo. Miles de millones de seres humanos viven con hambre en medio de un planeta arrasado por las consecuencias de un consumismo atroz y una marea humana imposible de detener, invade cada noche tanto Europa como los Estados Unidos, en busca de trabajo pero fundamentalmente en busca de comida, mientras muchísimos quedan en el camino pagando con un tributo de incontable vidas la voracidad imparable de las Corporaciones. Noticias que nos llegan de Canarias nos dicen que el arribo de chalupas con cadáveres a las islas, ha dejado de ser noticia para la prensa local, son solo hechos que ocurren cada día y que ya no conmueven a la opinión pública española. El siglo XXI se inicia marcado por el cambio climático y por los genocidios por hambre y desarraigo.
No obstante, en la Argentina nuestro ministro de Ciencia y Tecnología es un optimista sin resquicios y según la revista que lo entrevista, trabaja sin descanso para “estimular y difundir la transferencia de tecnología y conocimientos a productos o procesos que mejoren la calidad de vida de la sociedad”. Y aun más todavía, nos promete que en el mundo contemporáneo podemos alcanzar a ser “una boutique de alta tecnología”. Está refiriéndose en realidad a los agronegocios y a la biotecnología, a sumar tecnologías a los alimentos y a modificar la vida cotidiana de los argentinos, realizando, en los marcos de la propiedad del conocimiento y de los sistemas de patentamientos globales, la reproducción científica y tecnológica local del poder del conocimiento. Se trata de ocupar en una maquilla de ciencia empresarial, a los hijos de nuestros sectores medios. Mientras tanto, evade reconocer el grado de nuevas dependencias a los mercados internacionales y a las Corporaciones, de un país sometido por un modelo de agro exportación de commodities que ni siquiera puede ocupar la capacidad y el número de la población argentina, sino exportando a otros países, el modelo aceptado por una dirigencia venal. Este es el secreto, añadir al esquema de la República sojera, la capacidad de nuestros intelectuales de reproducir el modelo biotecnológico en los países vecino o en todos aquellos a los que podamos alcanzar. Qué pensaría el General San Martín de este destino elegido por nuestros progresistas contemporáneos? Ser una boutique tecnológica. Reproducir biotecnología. Ser un polo de investigación y de producción de transgénicos para toda América Latina. Exportar maquinaria agrícola para que el modelo de la empresa Monsanto se reproduzca en otros lugares del mundo. Penoso, realmente penoso.
Mientras tanto, Monsanto negocia con el Gobierno nacional, en el esquema que ya estableció como precedente la provincia del Chaco, cuyo gobernador tiene el privilegio de haber hecho escuela de nuevas y complejas defecciones ante la corporación, defecciones tales como la negociación del pago de regalías y la aceptación de semillas genéticamente modificadas de segunda generación. Sí, se trataría de que Monsanto desista de los juicios entablados en Europa, que tienen detenidos ocho barcos cargados de soja, a cambio de nuevas inversiones y de la incorporación de nuevas semillas transgénicas en el país. O sea que, frente a la presión ejercida por la empresa, abrimos el territorio a nuevos eventos biotecnológicos y a inversiones para fabricar localmente los paquetes agrotóxicos que requiere el modelo. Lo peor es que no lo vemos como una derrota o una concesión a que nos obligan, sino que lo festejamos como un triunfo, lo celebramos como un avance porque en realidad esta dirigencia comparte los paradigmas del crecimiento y del progreso, de la biotecnología y de un modo de producir contrariando a la Naturaleza que es propio de los ejecutivos que conducen las Corporaciones. Es por esos mecanismos internos profundamente colonizados y adscriptos a los principios de la globalización que, no importa lo que hagan o las deudas que se paguen, todo, absolutamente todo, aportará inevitablemente a fortalecer nuevos mecanismos de sumisión, de endeudamiento, de sujeción a dependencias globales y lo que es peor, de colaboración y complicidad, para implementar las políticas de las Corporaciones sobre otros países vecinos.
Según declaraciones del director de estrategias de Monsanto: "Lo que precisamos es la bendición del Gobierno para que hagamos un acuerdo privado, para que los productores paguen por la nueva semilla". Eso es lo que, según el periodismo, Moreno les estaría garantizando. Pero ello sería: “a cambio de que la empresa haga un plan de inversiones en plantas de semillas por US$ 125 millones, que empresas nacionales sean parte del programa de investigación de la compañía, que haya una transferencia de tecnología al INTA y, por sobre todo, que desistan de los juicios contra el país por el royalty no pagado”. “Para los productores argentinos”, añade la nota, como si no lo supiéramos, “la introducción de la nueva tecnología representará una facilidad para la producción y mayor garantía de rendimiento”.
En otros países, los pensadores y los intelectuales se plantean de manera explícita la necesidad de descolonizar a la izquierda de los conceptos de progreso y de crecimiento. Nosotros pareciera que tenemos esos conceptos tan, pero tan arraigados en los sectores progresistas, que somos capaces de visualizar como una negociación exitosa lo que no es sino un nuevo escalón en las crecientes dependencias coloniales. Por no saber adonde vamos, ni conocer la historia de la que venimos y estar tan solo aferrados a políticas mezquinas y coyunturales, repetimos muchos años después, los gestos colonizados de generaciones anteriores cuyo recuerdo se supone reprobamos. Antes de la crisis del campo, el modelo de la sojización pretendía haber sido heredado y por lo tanto se lo explicaba como algo ajeno recibido, además de justificárselo por los réditos ingentes que proporcionaba para gestionar políticas sociales. Muchos diálogos políticos que tuvimos en esos años pasados, encontraban ese límite, un límite que refería a una herencia recibida, una herencia de tal magnitud y de tal capacidad para desarrollar políticas e inversiones desde el Estado que ponerla en debate nos estaba vedado.
Ahora es diferente, radicalmente diferente. El modelo de la sojización ha sido expuesto, también en sus consecuencias, en sus externalidades y en la fragilidad estructural que ha generado en nuestros desarrollos económicos. Ya no hay excusas. Nadie ignora de qué estamos hablando cuando nos referimos a los Agronegocios, a las negociaciones con Monsanto o a la ingesta obligada de TRISOJA, una mezcla de trigo y soja transgénica, en los comedores escolares de la Ciudad de Buenos Aires. Ya no se puede justificar la ignorancia del tema. La verdad es que, mientras unos deciden políticas, otros desde la justicia persisten en no ver sus implicancias, sus consecuencias y el modo en que se afectan los derechos humanos de los ciudadanos. A su vez, desde tribunas intelectuales algunos insisten desde Carta Abierta, en acentuar la confusión y en resucitar las viejas propuestas del desarrollismo. A veces, cuando leemos a algunos de estos intelectuales nuestros, no sabemos exactamente si estamos en el año 33 repitiendo como un revival las negociaciones con la Gran Bretaña que condujeron al pacto Roca Runciman, o estamos acaso en el año 1958, con Reinaldo Frigerio intermediando las conversaciones entre Cook y Frondizi y pergeñando una Argentina con el petróleo en manos privadas, los estudiantes divididos entre la laica y la libre, los peronistas insurrectos en el Plan Conintes, los amores de los argentinos en los hoteles alojamientos y los tranvías y los trolebuses en la basura y el desguace, para dar lugar a la pujante industria automotor, tal como decían entonces.. . Nos preguntamos ¿si se nos estará anticipando una nueva versión del desarrollismo, como si reeditáramos en Carta Abierta la Revista Qué del año 59 y el engaño de aquellos que, como el mismo Scalabrini, pretendieron ver en el progresismo de izquierda desarrollista de la época, un proyecto nacional que jamás habían tenido?
Ciertos juegos de la política, son extremadamente peligrosos, en especial en un país que parece al borde mismo del estallido. Intentar ver manos conspirativas en cada situación de rebeldía, es una tontera descomunal, y conduce a embanderarse con la represión y aún mas todavía, con la incomprensión. Recordemos que Dios ciega a quienes quiere perder… Desde estos micrófonos hace años que venimos denunciando el maltrato que se sufre en la línea del ferrocarril Oeste del Sarmiento, del modo espantoso en que se viaja, de cómo los concesionarios abusan sistemática y brutalmente del pasajero e inclusive, hemos invitado a las más altas autoridades a darse un paseo en la línea y esa invitación la hemos cursado hace mucho, mucho tiempo. En vez de encarcelar ahora por desvalijar máquinas expendedoras de boletos, a chicos que nacieron condenados a la exclusión debido a las políticas que ellos implementaron largamente desde los años ochenta, deberían revisarse sus propias conductas ante la Justicia. No puede sorprenderse nadie que la gente queme los vagones o las oficinas del personal. Tampoco pueden sorprenderse de que los incendiarios ignoren que el ferrocarril les pertenece, es la clase política la que ha borrado de la memoria popular la propia pertenencia de esos patrimonios, abjurando en la práctica de gobierno de toda lealtad y de toda docencia con los ciudadanos. Pero no hay lluvia que no pare ni noche que no termine amaneciendo. Ese mismo día, un poco más tarde, vimos el estreno de la película de Pino y nos impresionó como profética y celebratoria de un tiempo que se anticipa inevitable. Los ferrocarriles volverán, no importa quién o quienes se opongan a ellos. Uno ve la película de Pino, que ha denominado “la próxima estación”, y siente esa voluntad y esa determinación que surge de la entraña misma de la gente, de la historia y de la tierra: los ferrocarriles volverán, volverán…
Jorge Eduardo Rulli
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