SUMARIO
1 - ARGENTINA, BUENOS AIRES: OPINIÓN - EDITORIAL DE HORIZONTE SUR, DEL 28/09/08, POR JORGE RULLI.
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EDITORIAL DEL DOMINGO 28 DE SETIEMBRE DE 2008
Los grandes titulares anuncian: “Bancarrota de la mayor caja de ahorro. Cayó gigante en EEUU y se extiende la crisis”. La debacle en el corazón financiero del Imperio continúa de forma gradual pero persistente, echando por tierra nuevos gigantes del capitalismo global, mientras las rencillas de poder entre demócratas y republicanos, las especulaciones electorales de unos y las oportunidades de hacer meganegocios para los otros, retrasan los posibles sucedáneos de un final bastante previsible y caótico. ¿Estaremos entrando en la pos globalización o acaso en la del poder del conocimiento? ¿Estaremos asistiendo tal vez, al surgimiento de un nuevo mundo multipolar e imprevisible, un mundo que emergerá como consecuencia de una crisis que según muchos se equipara a la de los años treinta? Varios de nuestros líderes latinoamericanos, aprovecharon la ocasión fácil que les brindó la reunión de las Naciones Unidas, para reconvenir a los tradicionales tutores y mandamases del ajuste y el neoliberalismo, y algunos, como maestros ciruelas, no demoraron en chicanear a los mercados agitados hoy por el espanto, vanagloriándose de las propias supuestas fortalezas económico financieras. Suele resultar fácil burlarse del caído, pero conviene antes fijarse si acaso no estamos parados sobre la misma alfombra… que el que se cae arrastra… En ese sentido tal vez debamos sentirnos tranquilos, ya que el presidente del Banco Central, Martín Peres Redrado, otro de los muchos enamorados de los libres mercados, nos informa en los diarios de ayer, que podemos dormir serenos, ya que el Banco bajo su experto manejo, amortiguará la posible llegada de la crisis a estas playas. En realidad, luego de esas declaraciones, no sé si corresponde que nos tranquilicemos o que entremos en estado de pánico…
Si lo que reinara fuese el sentido común y no la irresponsabilidad y la ignorancia más aterradora, uno podría pensar que el momento, así como puede ser terrible para unos, podría ser a la vez de importantes oportunidades para otros, por ejemplo, para otros como nosotros, un país alejado del centro de la Crisis, rodeado por países amigos con los que lo une un mercado regional que, según los tratados MERCOSUR son casi un mercado interno. No me refiero por supuesto, en esto de aprovechar la crisis, a fagocitar por monedas los mercados de valores de quienes quiebran, tal como hacen algunos bancos que en su demencia irrefrenable por el lucro, festejan la orgía de ganancias extremas en que los más fuertes, se devoran a los más débiles. Es sabido que en las Crisis del capitalismo unos quiebran mientras otros ganan fortunas, y son siempre los pueblos los que terminan pagando la fiesta de los financiamientos y de los prestamos dadivosos e irresponsables, a la vez que pagando asimismo, el final de fiesta con la recesión, el desempleo, el desplome de los mercados tradicionales y la inseguridad alimentaria que condena al hambre y la indigencia. No, me refiero a saber aprovechar el momento de la crisis de los otros para DECRECER en la economía, para modificar el modelo de país exportador y poner el énfasis de los esfuerzos, en los propios desarrollos, en obtener ventajas para cancelar las deudas externas, en generar procesos de innovación científica y aplicaciones tecnológicas ajustadas a nuestras propias necesidades y apoyadas en los propios recursos. Lo hicimos clara y exitosamente en la última posguerra europea, lo habíamos hecho antes, luego de la crisis del treinta, aunque en un esquema de complementariedad con el imperio inglés… ¿por qué no podríamos repetirlo ahora, cuando las condiciones son incomparablemente más favorables?
No podemos hacerlo porque nos negamos a comprender que la Globalización difiere esencialmente del Imperialismo y que la única y posible Revolución que tenemos al alcance de nuestros sueños, comienza ineludiblemente por rescatar nuestros recursos naturales, hoy en manos de las Corporaciones transnacionales, y preservar nuestros ecosistemas, buscando modelos de desarrollo que le den lugar a la participación ciudadana y que sean amigables con la Naturaleza. No podemos hacerlo porque nos negamos a reconocer que el nuevo paradigma es el de la Ecología, porque una izquierda colonizada por las viejas ideas del progreso y del crecimiento, continúa priorizando las miradas sociales y la propuesta de distribución de la riqueza, mientras resulta incapaz de advertir los nuevos modelos de la dependencia global. Ese progresismo atado al progreso y al crecimiento, persiste en ser funcional a las Corporaciones y a sus intereses. Ciertos intelectuales, marcados profundamente por los años setenta, han logrado difundir insidiosamente un paradigma que lleva a una mirada tenazmente superficial y negada a todo lo ecológico. Si consideramos un paradigma el modo de interpretar de cierta forma a unas situaciones dadas, en este caso la llamada crisis del campo y sus consecuencias, creo que no sólo los intelectuales de Carta Abierta han logrado instalar como paradigma su particular interpretación, sino que, también, la han transformado en instrumento de una hegemonía política que, además de asegurarles sus puestos de poder, colabora en extender el conformismo, paralizar las movilizaciones y obstruyendo el futuro, impedir el surgimiento de un pensamiento renovador, de una estrategia y de un proyecto nacional. El paradigma impuesto y extendido, nos conduce a que comparemos la actual gestión con las anteriores, y a que aprendamos a calcular, al igual que mercachifles sin mayores sueños ni ambiciones, los méritos y deméritos entre ellas El paradigma impuesto, nos conduce a que divaguemos acerca de las materias pendientes de la actual administración, y todo ello, como si la realidad y la historia fueran tan solo una superficie rugosa pero plana y acotada, sobre la que discurre nuestra mirada escarmentada. No pueden salir del cartesianismo y de la banalidad de comparar lo aparente, y son incapaces de ver más allá de la superficie y en profundidad. De hecho, han devenido en los meritorios colaboradores de los Agronegocios, que necesitan para ejercer el control, discursos de izquierda en el gobierno, y que avanzan sin descanso en procura de imponer los nuevos acuerdos con Monsanto en materia de semillas transgénicas y regalías, los modelos de sojización y de plantaciones como las de jatropha para la producción de biocombustibles, los monocultivos de eucaliptos y la minería por cianurización, una red de transportes basada en la dependencia a insumos fósiles, una ciencia reproductora de conocimientos bajo patentamientos, y un país ordenado y al servicio de las empresas transnacionales, desde el Ministerio de ciencia y tecnología, desde el INTA, la CONABIA, la Secretaría de Agricultura y el SENASA.
Pero la Argentina continúa siendo felizmente imprevisible. Un país difícil de controlar, un país en que siempre salta la liebre por donde menos se lo espera. Todo el edificio del progresismo que gobierna, ha sido construido trabajosamente a lo largo de muchísimos años y ha teñido con su pensamiento y sus políticas de derechos humanos todo el espacio del pensamiento, de la cultura y en especial de la política. Lamentablemente para ellos, tiene en su base algunos puntos débiles. Y uno de esos puntos que ponen a temblar a todo el edificio es el asesinato de Rucci, el 25 de septiembre de 1973. José Ignacio Rucci era el Secretario General de la CGT y funcionaba como el sostén de Perón, su hombre de mayor confianza, aquel en que el líder confiaba plenamente y en quien depositaba los proyectos de futuro. Lo asesinaron tan solo dos días después de una elección única en la historia, en que la formula Perón Perón había sido plebiscitada, por más del 65% de los votos. Su muerte afectó profundamente a Perón y aceleró su muerte. Le tronchó las piernas tal como el mismo Perón expresó de manera conmovedora. Hacia pocas semanas que el golpe de Pinochet había terminado con el Gobierno de Allende en el vecino Chile e instaurado una dictadura feroz, cuyas consecuencias marcan todavía la vida del país hermano. Nadie podía ignorar cuáles eran, en esos momentos, los riesgos que corría la Argentina, tampoco nadie podía presumir que podíamos debatir impunemente mediante crímenes como el de Rucci, en los marcos de la democracia, del gobierno, y desde un Estado, que los propios asesinos compartían. Tal vez por eso jamás reconocieron públicamente su autoría, aunque las pruebas fehacientes y la memoria de aquellos días y el cúmulo de los propios reconocimientos en sordina, no dejan lugar a dudas, de quienes fueron los autores. No obstante, son muchos los que han conspirado para que la Argentina olvide a Rucci y el gremio metalúrgico no ha sido ajeno a ciertas complicidades con los autores del magnicidio, hecho trágico que sin lugar a dudas facilitó el camino hacia el golpe militar del 76. En los años últimos se llegó al extremo de afirmar en el propio seno de la CGT y con desparpajo, que los autores fueron de la CIA, y desde la Secretaría de DDHH de la Nación se les pagó la indemnización a los familiares de Rucci, sugiriendo la sorprendente teoría de que la muerte fue realizada desde el Estado mismo, por la triple A de José López Rega. En verdad, ha sido todo ello, no solo una farsa, sino un agravio a la inteligencia y a la memoria de los argentinos. No dudo que la muerte aquella se ejercitó desde el Estado, varios gobiernos provinciales y hasta la Universidad de Buenos Aires pueden haber ejercido como bases y respaldo para el desarrollo de una operación tan ferozmente criminal que liquidó la columna central de aquel gobierno y de aquel proceso nacional.
Hechos circunstanciales, ciertas torpezas política, así como el fracaso notorio de ciertas políticas setentistas, han posibilitado que aquel crimen ahora se reinstale en los medios, en la Cámara de Diputados y en estrados judiciales, probando una vez más que la historia contemporánea no está cerrada, que el pasado reivindica su propia justicia y que el proceso de la Revolución Nacional interrumpida no corre precisamente por andariveles cartesianos. Soy plenamente conciente que, buena parte de una generación que hoy está en los cincuenta años o poco más, y que participa del poder político y económico, abrazó en los años setenta paradigmas y conceptos revolucionarios que fueron en aquellos años una modalidad bastante generalizada de pensamiento, que esos paradigmas los condujeron a aceptar encuadramientos y políticas, a veces aberrantes, y que hoy rechazarían absolutamente, pero que, en aquel entonces los llevaron a exaltar sentimientos y certezas incapaces de advertir matices. Todo se supeditaba a una despiadada lucha por el poder y las consecuencias fueron funestas. Hoy, treinta y cinco años después no solo sería fácil decir que aquel final era previsible, sino que además, no costaría demasiado aceptar que buena parte de aquellos paradigmas y de aquellos conceptos han perdido vigencia y tanto el mundo como los propios descendientes de aquella generación de los años cincuenta, tienen otras visiones y otros cultos.
Buena parte de aquellas cosmovisiones que enamoraron multitudes se cayeron con el muro de Berlín y con el marxismo de mercado. El mundo ha cambiado, y suele resultar difícil comprender las nuevas luchas desde las miradas congeladas de aquellos tiempos. De allí nuestra persistente demanda para adecuar los pensamientos a los nuevos tiempos. Pero ello requiere revisar aquellos años y comprender que las consecuencia de aquellos desvaríos no fueron una derrota sino que sino un fracasó. Es que hacer la diferencia entre derrota y fracaso en relación a los años setenta, no es algo accesorio. Son precisamente muchos de aquellos, los más empecinados en rechazar la idea de fracaso y en persistir en un pensamiento fuertemente estructurado, los que han acompañado las políticas neoliberales y privatizadoras, muchos también han ayudado a construir un tinglado ideológico setentista tardío, que como una rémora acompaña las actuales políticas amigables con las corporaciones y desde las que, acostumbran a demonizar al campo como la nueva derecha, cuando en realidad no hacen sino repetir, aunque de otra manera, los viejos errores y los gestos que los llevaron a coaligarse con Lorenzo y asesinar a Rucci. En estos días demasiados escribientes del poder que defienden sus pequeños privilegios, han instalado debates sobre la propia personalidad de Rucci y sus responsabilidades, como si poder probar sus vinculaciones con ciertos excesos de violencia de la época, o el que algunos delirantes vistieran camisas negras en su entierro, pudieran justificar el magnicidio. Nuevamente pretenden que veamos la superficie de las cosas y que evitemos reflexionar como seres adultos. No se trata tan solo de quien fuera la víctima, sino de que se reconozca la responsabilidad y el crimen de ejecutarlo en medio de una democracia y cuando se ejercían miles de altos cargos funcionariales en el Estado, y sobretodo se trata de tener en cuenta, las enormes consecuencias que ese crimen desató. El golpe militar del año 76, fue la consecuencia no solo de la muerte de Perón y de la debilidad del gobierno que lo continuó, sino también, de los desvaríos y de las aberraciones que se cometieron y que continúan impunes. .
Soy consciente que los problemas que estoy abordando y los desafíos que expongo, no son fáciles de enfrentar. Tampoco lo han sido para mí, que fui un protagonista activo en aquellos años. Pero estoy convencido que si no asumimos la muerte de Rucci como lo que fue, un crimen atroz que cambió el rumbo de la historia y condenó al proceso popular, es difícil que podamos recuperar una mirada histórica que nos permita enfrentar los dificilísimos problemas con que a poco tiempo nos enfrentaremos. Estamos en medio de una crisis global como no se recordaba otra desde los años treinta, y como condenados al fracaso, permanecemos impasibles, ganados por la soberbia y por la estulticia, cuando deberíamos estar construyendo como en una colmena, las defensas necesarias para que la debacle que inexorablemente llegará a nosotros, no nos arrastre. Un país que depende absolutamente de insumos externos, que depende de la exportación masiva de commodities, un país que ha despoblado el territorio y que ha concentrado sus poblaciones en enormes ciudades donde la principal subsistencia de las mayorías son los planes asistenciales, es un país que inexorablemente sufrirá los impactos de la crisis sin atenuantes y sin defensa alguna. Necesitamos con urgencia construir desarrollos locales, distribuir los centros asistenciales y favorecer todo tipo de redes, tanto médicas como productivas, tanto de transporte como de comercialización. Necesitamos alentar producciones de proceso y establecer ferias y mercados locales, mercados de cercanías adonde pueda llegarse siempre en bicicleta, caminando o a caballo. Necesitamos establecer zonas de producción de alimentos, zonas donde otras agriculturas y prácticas con plaguicidas se encuentren terminantemente prohibidas. Necesitamos políticas serias de preservación de los recursos naturales, de recuperación de los ríos y que aseguren la provisión de agua potable para las poblaciones. Necesitamos independizar nuestras investigaciones de las grandes Corporaciones que las han colonizado, y necesitamos que esas investigaciones y desarrollos científicos, se pongan al servicio de generar tecnologías apropiadas a las necesidades del común de los argentinos. No queda mucho tiempo, pongamos manos a la obra.
Jorge Eduardo Rulli
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